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El sol del verano de agosto ardía con fuerza, derritiendo el asfalto de las calles y creando un resplandor casi cegador. Olivia, una talentosa cantante de jazz de veintisiete años, se encontraba a la deriva en medio de su dolor. Era conocida por su voz profunda y emotiva, capaz de conmover hasta al más insensible de los corazones. Sin embargo, desde la muerte de Samuel, su prometido, Olivia había quedado en silencio.

La casa de campo de su abuela, ubicada en un tranquilo rincón rural, se había convertido en su refugio. Estaba rodeada de campos de girasoles y viejos robles, con una pequeña laguna al fondo donde los patos se deslizaban perezosamente sobre el agua. El lugar parecía suspendido en el tiempo, una burbuja de paz y naturaleza que contrastaba drásticamente con el bullicio de la ciudad de donde Olivia había huido.

Cada mañana, Olivia seguía la misma rutina mecánica. Se levantaba al amanecer, cuando el calor aún no era tan sofocante, y se dirigía a la cocina. Sus movimientos eran lentos, casi como los de un autómata. Encendía la cafetera y esperaba el familiar gorgoteo del café al caer en la jarra.

Aquella mañana no fue diferente, salvo por una pequeña interrupción en su melancolía. Mientras estaba sumida en sus pensamientos, una mariposa monarca entró por la ventana abierta de la cocina. El insecto revoloteó a su alrededor, sus delicadas alas reflejando la luz del sol. Olivia la observó con una mezcla de asombro y tristeza. Era raro ver una mariposa en pleno verano, más aún en medio de la sequía que azotaba la región.

—¿Qué haces aquí? —murmuró Olivia, como si la mariposa pudiera entenderla o fuera a responderle.

La mariposa se posó suavemente sobre el piano de la abuela, un antiguo instrumento de madera oscura que había estado en la familia durante generaciones. Olivia no había tocado el piano desde la muerte de Samuel. La visión de la mariposa sobre las teclas le provocó un nudo en la garganta.

—Samuel, ¿eres tú? —preguntó en un susurro, sintiéndose un poco tonta por hablarle a un insecto.

La mariposa no respondió, por supuesto, pero no se movió. Olivia se acercó al piano, sintiendo una extraña atracción. Se sentó en el banquillo y dejó que sus dedos rozaran las teclas, recordando las tardes en las que Samuel y ella solían tocar juntos, él con su guitarra y ella con el piano.

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Las primeras notas de una vieja canción de jazz escaparon de sus dedos, llenando la habitación con una melodía suave y nostálgica. La mariposa se movió ligeramente, como si estuviera danzando al ritmo de la música.

—No puedo seguir así, Samuel —dijo Olivia con la voz entrecortada—. Todo me recuerda a ti. La música, este lugar… todo.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Marcus, su antiguo amigo y compañero de banda. Marcus había sido como un hermano para Samuel, y su presencia era un recordatorio constante del amor perdido.

—Olivia, ¿puedo pasar? —preguntó Marcus desde la puerta, su voz cargada de preocupación.

—Claro, pasa —respondió Olivia, intentando sonar más animada de lo que se sentía.

Marcus entró y se quedó de pie en el umbral de la cocina, observando a Olivia con ojos tristes. Era un hombre alto y robusto, con una barba desaliñada y ojos amables. Había sido él quien la había ayudado a mudarse a la casa de campo después del accidente.

—Te he traído algo —dijo Marcus, mostrando una bolsa de papel marrón—. Son tus galletas favoritas, de la panadería de la ciudad.

—Gracias, Marcus. No tenías que molestarte —dijo Olivia, aceptando la bolsa con una pequeña sonrisa.

—Me preocupo por ti, Olivia. Todos lo hacemos. La banda te echa de menos. El mundo te echa de menos —dijo Marcus, sentándose frente a ella—. Samuel no querría verte así.

—Lo sé, pero es tan difícil —respondió Olivia, sus ojos llenándose de lágrimas—. Cada vez que intento cantar, siento que me ahogo.

Marcus suspiró y tomó las manos de Olivia entre las suyas.

—La música siempre ha sido tu refugio, Olivia. No dejes que el dolor te quite eso. Samuel amaba escucharte cantar. Querría que siguieras adelante.

Olivia asintió, sintiendo un poco de consuelo en las palabras de Marcus. Miró hacia el piano y vio que la mariposa seguía allí, inmóvil. Parecía casi un signo, una señal de que Samuel estaba de algún modo presente.

—Intentaré cantar de nuevo —dijo Olivia, más para sí misma que para Marcus—. Por Samuel. Y por mí.

La mariposa batió sus alas suavemente, como si aprobara su decisión. Y así, en medio del calor sofocante de agosto, Olivia sintió un pequeño rayo de esperanza, una chispa de la antigua felicidad que había conocido. La música, pensó, podría ser su camino de regreso a la vida.

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2 respuestas a “C1: El Silencio de Olivia”

  1. Avatar de JP
    JP

    esta increibleeeeeeeeeeee me encanto y espero ya la segunda parte

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  2. Avatar de Fer Gtz.
    Fer Gtz.

    ¿Tegusta lana del rey? estoy enamorado de ti

    Me gusta

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