El sol se había escondido tras el horizonte y la brisa de la tarde refrescaba el ambiente, aliviando un poco el sofocante calor de agosto. Olivia se sentó en el porche delantero de la casa de campo, observando cómo el cielo se teñía de tonos rosados y anaranjados. El día había sido agotador emocionalmente, pero la visita de Marcus y su promesa de intentar cantar de nuevo habían encendido una chispa de esperanza en su corazón.
Esa noche, Olivia no pudo conciliar el sueño. Se levantó de la cama, se puso una bata ligera y bajó al salón. El silencio era absoluto, roto solo por el leve crujir de la madera y el canto ocasional de un grillo. El piano de su abuela la llamaba desde el rincón, y sin pensarlo mucho, se sentó en el banquillo.
La mariposa monarca apareció nuevamente, revoloteando alrededor de la lámpara antes de posarse sobre una de las teclas negras. Olivia sonrió tristemente, reconociendo la compañía del insecto como una especie de señal. Comenzó a tocar suavemente una melodía, una canción que Samuel y ella solían interpretar juntos.
—¿Estás aquí, Samuel? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible sobre las notas del piano.
La mariposa no se movió, pero Olivia sintió una calidez reconfortante en su pecho, como si de alguna manera, su amado estuviera escuchándola. Perdida en la música, tocó hasta que sus dedos empezaron a doler. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero esta vez, no eran solo de tristeza, sino también de alivio.
A la mañana siguiente, Olivia decidió explorar el ático de la casa, un lugar que había evitado desde su llegada. Subió la polvorienta escalera y abrió la puerta de madera con cierta aprensión. El ático estaba lleno de cajas viejas, muebles cubiertos con sábanas y recuerdos olvidados.
Mientras revisaba las cajas, encontró un viejo álbum de fotos. Se sentó en el suelo y lo abrió, pasando las páginas con delicadeza. Había fotos de su abuela en su juventud, sonriente y rodeada de amigos y familiares. En una de las fotos, su abuela estaba al lado de un piano, el mismo que ahora estaba en el salón. Olivia sonrió, sintiendo una conexión más profunda con la historia de su familia.
Continuando su exploración, encontró un cuaderno de cuero con páginas amarillentas. Era un diario de su abuela, lleno de pensamientos, poemas y letras de canciones. Olivia lo abrió con cuidado y comenzó a leer. Su abuela había sido una talentosa compositora, y muchas de sus letras hablaban de amor, pérdida y esperanza.
Una entrada en particular llamó su atención:
Agosto, 1952
Hoy vi una mariposa monarca posarse sobre el piano. Dicen que las mariposas son almas de nuestros seres queridos que vienen a visitarnos. Me gusta pensar que es verdad. Cada vez que veo una, siento que mi amado está cerca, escuchando mis canciones y cuidándome desde el más allá.
Olivia sintió un escalofrío recorrer su espalda. La mariposa blanca que había estado visitándola no era solo una coincidencia. Cerró el diario con cuidado y lo abrazó contra su pecho, sintiendo una profunda conexión con su abuela y con Samuel.
Esa tarde, decidió salir al jardín trasero. El sol brillaba intensamente, pero el aire era fresco y agradable. Caminó entre los girasoles, recordando cómo Samuel solía hacer ramos de flores para ella. Se detuvo en el punto donde los girasoles eran más altos a respirar el fresco aire.
—Te extraño tanto, Samuel —dijo en voz alta, dejando que sus palabras se mezclaran con el murmullo del viento.
En ese momento, la mariposa monarca apareció de nuevo, posándose suavemente en su hombro. Olivia sonrió y cerró los ojos, dejando que la calidez del sol y la presencia de la mariposa la envolvieran.
Al regresar a la casa, se sentía más ligera, como si una parte del peso que llevaba en su corazón se hubiera desvanecido. Decidió que esa noche volvería a tocar el piano y cantar, no solo para ella, sino también para Samuel y su abuela.
Cuando la noche cayó, Olivia se sentó una vez más en el piano. La mariposa blanca estaba allí, esperando. Comenzó a tocar y a cantar una de las canciones de su abuela, una melodía dulce y melancólica que hablaba de amor eterno. Su voz, al principio tímida, se fue fortaleciendo con cada nota, llenando la casa con su música.
Sentía la presencia de Samuel a su lado, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentirse feliz. La música fluía libremente, llevando consigo su dolor y transformándolo en algo hermoso. Olivia comprendió que, aunque Samuel ya no estaba físicamente con ella, siempre estaría presente en su música y en su corazón.


