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En el pequeño y apacible pueblo de San Sebastian, las historias antiguas se contaban con fervor. Esto sucedía durante las noches frías de Octubre. Entre todas, una de las más inquietantes era la leyenda del Susurro del Espejo. Decían que en la vieja mansión de la familia Hernández llevaba décadas abandonada. En esa mansión, se escondía un espejo antiguo. Este espejo tenía un poder aterrador.

La leyenda consistía en decir tu nombre al revés tres veces frente al espejo, en la medianoche y solo iluminado con velas. Si el espejo te aceptaba, verías una sombra en el espejo y quedarías maldito. Cada vez que alguien dijera tu nombre, la sombra se acercaría poco a poco. Finalmente, te atraparía y te llevaría al espejo.

Una noche, Laura se reunió con sus nuevos amigos, Carlos y Ana, en la cafetería del pueblo. La conversación giró en torno a las viejas leyendas, y Carlos, que siempre buscaba emocionantes desafíos, propuso una idea que hizo que el corazón de Laura se acelerara.

—¿Qué tal si probamos la leyenda del Susurro del Espejo esta noche? —dijo Carlos con una sonrisa desafiante.

Ana, a pesar de su usual prudencia, no pudo resistir el reto. Laura, aunque temerosa, no quería quedar como la cobarde del grupo. Aceptaron el desafío y acordaron encontrarse en la mansión de los Hernández a la medianoche.

La mansión se erguía en la penumbra, un edificio sombrío con ventanas rotas y puertas crujientes. El viento ululaba entre las ramas de los árboles, creando un ambiente inquietante. Laura, Carlos y Ana se adentraron en la mansión con linternas y un aire de falsa valentía.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Ana mientras se acercaban al vestíbulo principal, donde se encontraba el espejo.

—Sí, no podemos dar marcha atrás ahora —respondió Laura, tratando de ocultar su nerviosismo.

El viejo espejo estaba cubierto por una tela polvorienta. Cuando la descubrieron, se encontraron con un espejo de marco dorado, desgastado por el tiempo. La superficie estaba en gran parte opaca, pero aún reflejaba un tenue brillo.

—Recuerden, hay que hacerlo a la medianoche y solo encendiendo velas —dijo Carlos, revisando su reloj.

Esperaron en silencio, el tiempo parecía estirarse. Finalmente, el reloj dio la medianoche. Laura, con un nudo en el estómago, se acercó al espejo. Apagaron las linternas, sumergiéndose en una oscuridad total, solo iluminada por la débil luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas rotas.

—Está bien, Laura. Tienes que decir tu nombre al revés tres veces —dijo Carlos, con una mezcla de excitación y nerviosismo.

Laura tomó una respiración profunda y, con una voz temblorosa, comenzó:

—“Aural… Aural… Aural…”

Al principio, no pasó nada. La sombra detrás de ella no se movió, permanecía estática. Laura sintió un alivio momentáneo, pero una sensación de inquietud persistía en el aire. Carlos y Ana, de pie a su lado, observaban con una tensión palpable.

—Quizás solo sea una mentira —susurró Ana, intentando convencer a todos.

Laura decidió intentar de nuevo. Se giró hacia el espejo y repitió el proceso, esta vez con más firmeza:

—“Aural… Aural… Aural…”

En el reflejo, comenzaron a distinguirse movimientos sutiles. Una sombra oscura, difusa al principio, comenzó a formarse detrás de Laura. La sombra parecía estirarse y contorsionarse, como si estuviera despertando.

—¿Lo ven? —dijo Laura, su voz temblando de emoción y miedo.

—Sí, pero… ¿qué es eso? —preguntó Ana, que empezaba a arrepentirse de su decisión.

Laura intentó mantener la calma, pero su corazón latía con fuerza. Cada vez que decía su nombre, la sombra se acercaba más, acercándose al borde del espejo. El ambiente se volvía cada vez más opresivo, y el aire parecía volverse más denso.

—¡Laura, basta! —gritó Carlos, que estaba claramente asustado—. ¡Ya has hecho suficiente!

Laura se detuvo, pero algo en el espejo no dejó de inquietarla. La sombra, ahora claramente visible, tenía contornos más definidos y parecía moverse con una intención propia. La sensación de desesperación se hacía más fuerte.

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De repente, Laura sintió un frío helado en su espalda. Se dio la vuelta para ver si había una corriente de aire, pero el frío provenía del espejo. La sombra se había extendido hasta casi tocarla. Laura, asustada, se dio cuenta de que la sombra parecía querer salir del espejo.

—¡Tenemos que salir de aquí! —dijo Laura, su voz ahogada por el terror —¡Dejen de decir mi nombre YA MISMO!—

Corrieron hacia la salida, dejando el espejo atrás. La mansión parecía cobrar vida a medida que avanzaban, con ruidos inexplicables y crujidos que resonaban en los pasillos. Cuando llegaron al exterior, el aire fresco les dio una sensación momentánea de alivio.

—No sé qué fue eso, pero no vuelvo a entrar ahí —dijo Ana, temblando.

—Lo mejor será olvidarnos de esto —agregó Carlos, tratando de controlar su respiración agitada.

Laura miró hacia la mansión, el espejo aún visible a través de la ventana rota. Se preguntaba qué había sido de la sombra y si alguna vez volverían a ver a alguien que se atreviera a desafiar la leyenda. La sensación de inquietud nunca se desvaneció completamente. Laura comenzó a preguntarse si la sombra aún estaba allí. Tal vez estaba esperando a su próxima víctima.

Durante las semanas siguientes, Laura no pudo dejar de pensar en la experiencia. La sombra del espejo parecía haber dejado una marca en ella, una sensación de estar siendo observada. Cada vez que pasaba frente a un espejo, sentía un escalofrío, como si la sombra estuviera esperando a que ella volviera.

Se había vuelto más solitaria y no salía de casa, pues no quería que mencionaran su nombre por el temor de que la sombra la atrapara.

Una noche, Laura recibió una llamada en la que la voz al otro lado parecía familiar pero fría. La voz comenzó a susurrar…

— Laura…..Laura…..Laura……—

Laura miró hacia el espejo que tenía en su habitación. La sombra estaba allí, más definida y cercana que nunca. En un estado de pánico, intentó alejarse del espejo. Sintió un tirón. Era como si la sombra intentara arrastrarla hacia adentro.

La voz en el teléfono dejó de susurrar y ahora estaba gritando:

—LAURA, LAURA, LAURA, LAURA— sin dejar un espacio de tiempo en cada repetición de su nombre.

El espejo seguía reflejando la sombra que parecía tener un rostro, que poco a poco pudo distinguir: era ella misma pero con una sonrisa oscura y malévola. Laura comprendió la verdad con horror: la leyenda no era solo una historia. La sombra, ahora más viva que nunca, había venido a reclamarla.

Su desaparición rápidamente se hizo noticia entre todos los habitantes de San Sebastian. Los más ingenuos creían que Laura se había ido del pueblo. Decían que dejó a su familia como un acto de rebeldía y desobediencia. Otros tantos rumoreaban que la habían visto entrar a la casa de los Hernández. Estaba acompañada de un chico y una chica que jamás habían visto antes. Temían que el espejo había cobrado una nueva víctima.

Carlos Hernández y Ana Hernández eran los últimos descendientes de la familia. Habían sido las últimas «victimas» de esta leyenda. Su misteriosa desaparición aún no había sido resuelta. Los habitantes presumían que habían sido victimas de su propia maldición.

La leyenda del Susurro del Espejo perduró. Aterrorizó a los nuevos curiosos que se aventuraban a desafiar el antiguo y temido enigma de San Sebastian.

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