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Era mediados de noviembre en un pequeño pueblo de Oaxaca, y Leo, un niño de 8 años, estaba emocionado por el Día de la Revolución que celebraría en la escuela. Sin embargo, mientras preparaban los disfraces y adornos patrios, Leo notó que su amiga Lupita llevaba la misma ropa de siempre, algo desgastada. La expresión de Lupita era triste, como si hubiera algo que la preocupara.

Aquella tarde, al llegar a casa, Leo no pudo sacarse de la cabeza la imagen de su amiga. Se sentó junto a su mamá y le preguntó:

—Mamá, ¿por qué Lupita siempre trae la misma ropa? ¿No tiene más?

Su mamá lo miró con cariño y respondió:

—Tal vez no tiene muchas prendas, hijo. Hay familias que tienen menos recursos, y no siempre pueden comprar ropa nueva o juguetes como nosotros.

Leo pensó en esto con seriedad. Él tenía juguetes y ropa que ya no usaba, pero jamás había pensado que podía compartirlos con alguien más. Esa noche, mientras se quedaba dormido, deseaba en silencio poder hacer algo por su amiga Lupita y por los niños que necesitaban más cosas.

Al quedarse dormido, Leo despertó en un lugar extraño. Al abrir los ojos, estaba en una enorme plaza cubierta de nieve, aunque sabía que en su pueblo nunca nevaba. Miró a su alrededor y, para su sorpresa, todo estaba adornado con luces de colores, como si fuera Navidad.

—¡Hola, Leo! —una voz suave lo llamó desde una esquina de la plaza.

Frente a él, apareció una anciana con una capa blanca y brillante, como si estuviera hecha de nieve. Su cabello era plateado, y sus ojos reflejaban un brillo especial.

—¿Quién eres tú? —preguntó Leo, un poco asustado pero curioso.

—Soy la Señora Nieve, y estoy aquí para mostrarte el verdadero espíritu de la Navidad y la generosidad —respondió la anciana con una cálida sonrisa—. Acompáñame, y te mostraré algo importante.

La Señora Nieve extendió su mano, y Leo, intrigado, la tomó. Juntos caminaron por la plaza, mientras la nieve caía suavemente a su alrededor.

La Señora Nieve llevó a Leo a una pequeña cabaña donde unos juguetes parecían estar esperando, alineados en una mesa. Había muñecas, carritos, peluches, y hasta una pelota roja.

—Estos juguetes necesitan a alguien que los cuide y los quiera —explicó la Señora Nieve—. No todos los niños tienen juguetes, ¿lo sabías?

Leo miró los juguetes y pensó en su amiga Lupita. De repente, recordó todos los juguetes que él tenía en su casa y que ya no usaba, acumulados en una esquina de su cuarto.

—¿Entonces, podríamos compartir los juguetes que no usamos? —preguntó Leo, sintiendo que empezaba a entender.

—Exacto, Leo —respondió la Señora Nieve—. A veces, el mayor regalo es dar algo que aún es valioso para nosotros. Eso llena el corazón de alegría y ayuda a los demás.

Leo sonrió, pensando en cómo podría reunir sus juguetes para dárselos a Lupita y a otros niños.

Luego, la Señora Nieve lo llevó a otra parte de la plaza, donde vio un gran baúl lleno de ropa abrigadora: chamarras, bufandas y guantes. La anciana abrió el baúl y sacó una chaqueta azul, mostrándosela a Leo.

—¿Sabías que muchos niños no tienen ropa suficiente para el frío? —dijo la Señora Nieve—. Con una chaqueta como esta, muchos podrían pasar el invierno calientitos.

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Leo miró la chaqueta y pensó en su closet, donde guardaba ropa que ya no le quedaba o que simplemente ya no usaba. Al ver la ropa en el baúl, supo que había algo más que podía hacer.

—Entonces, ¿si compartimos nuestra ropa, podríamos ayudar a que otros niños no pasen frío? —preguntó Leo.

—Así es, Leo. Compartir lo que ya no necesitas, pero que aún sirve, puede hacer una gran diferencia en la vida de alguien más —le explicó la anciana con una sonrisa tierna—. No necesitas ser rico para ser generoso.

Finalmente, la Señora Nieve llevó a Leo a una pequeña panadería mágica, donde el aire estaba lleno del olor delicioso del pan recién horneado. En la panadería había muchos niños sentados alrededor de mesas, comiendo felices.

—Hay muchas familias que no tienen comida suficiente todos los días —le dijo la anciana—. A veces, una comida caliente es el mejor regalo que pueden recibir.

Leo observó a los niños comer y sintió una gran emoción. Pensó en su casa, donde siempre tenía comida, y en las cenas que compartía con su familia. Nunca había imaginado que algunos niños no tuvieran esa suerte.

—¿Entonces, si compartimos un poco de lo que tenemos, también podemos ayudar a que otros no pasen hambre? —preguntó Leo conmovido.

—Así es, Leo —respondió la Señora Nieve con dulzura—. Compartir con otros es una forma de mostrarles que no están solos y que siempre hay alguien dispuesto a ayudar.

Leo entendió entonces que la Navidad no se trataba solo de recibir, sino de compartir y dar a quienes lo necesitan. Sentía que su corazón estaba lleno de una calidez especial, como si una chispa de amor se encendiera en su interior.

De repente, Leo sintió que la plaza mágica desaparecía y, cuando abrió los ojos, estaba de vuelta en su cama. Al principio pensó que todo había sido un sueño, pero luego notó algo extraño. En sus manos tenía una pequeña chaqueta azul, igual a la que había visto en el baúl mágico de la Señora Nieve.

Sonrió, y sin esperar más, corrió a contarle a su mamá lo que había visto en el sueño. Le explicó que quería reunir juguetes, ropa y comida para compartir con Lupita y otros niños del pueblo que lo necesitaran.

—¡Eso es una gran idea, Leo! —dijo su mamá, con una sonrisa de orgullo—. Podemos hacer una pequeña colecta en la escuela y pedirle a otros niños y padres que también ayuden.

Y así, con la ayuda de su familia y sus compañeros, Leo organizó una colecta en su escuela. Pronto, todos comenzaron a llevar juguetes, ropa y comida para compartir con las familias que lo necesitaban. Leo se sentía feliz al ver la cantidad de cosas que habían reunido.

Cuando llegó el momento de entregar los regalos, fue a buscar a Lupita y le dio la pequeña chaqueta azul. La niña lo miró con una sonrisa de sorpresa y alegría.

—Gracias, Leo. Esta es la chaqueta más bonita que he tenido —dijo Lupita, abrazando a su amigo.

Desde ese día, Leo comprendió que, aunque fuera pequeño, podía hacer una gran diferencia en el mundo al compartir lo que tenía. Y cada vez que veía caer la primera nevada de diciembre, pensaba en la Señora Nieve y en las enseñanzas que le había dado sobre el valor de la generosidad.

Así fue como Leo vivió una Navidad adelantada y mágica, llena de amor y de compartir, y entendió que el espíritu de la generosidad podía brillar en cualquier momento del año.

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