
En la pequeña comunidad de San Jacinto, ubicada en los valles de Morelos, el fin de año siempre llegaba con un aire de nostalgia. Las calles empedradas se llenaban de aromas a tejocote, canela, y tamales, mientras los vecinos terminaban los últimos preparativos para las celebraciones de Año Nuevo.
Ximena y Emiliano, dos hermanos de 10 y 12 años, observaban todo desde la ventana de su casa, con una mezcla de emoción y curiosidad. Aunque disfrutaban de las fiestas, este año se sentían especialmente inquietos. Habían pasado tantas cosas en su pueblo que parecía imposible resumirlo todo en una sola noche de celebraciones.
—¿Sabes qué podríamos hacer, Emi? —preguntó Ximena, dejando caer la barbilla sobre sus manos mientras miraba por la ventana.
—¿Qué cosa, Xime? —respondió él, sin apartar la vista de un avioncito de papel que estaba doblando.
—Podríamos hacer una lista de todo lo que pasó este año. Así, cuando llegue la cena, podemos compartirla con todos y recordar lo bueno y lo malo.
Emiliano frunció el ceño, pero tras un momento de reflexión, sonrió.
—Me gusta la idea. Vamos a hacerlo.
Con entusiasmo, los hermanos buscaron una libreta y un par de lápices. Se acomodaron en la mesa del comedor, bajo la cálida luz de una bombilla, y comenzaron a escribir.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Ximena.
—Por el principio, obvio —bromeó Emiliano—. ¿Recuerdas la tormenta de enero?
Ximena asintió. Aquella tormenta había sido una de las más fuertes que San Jacinto había enfrentado en años. Las lluvias habían desbordado el arroyo, inundando varias casas cercanas.
—Fue horrible, pero también fue bonito ver cómo todos ayudaron. Papá pasó días llevando cobijas y comida a los vecinos —dijo Ximena, escribiendo: Enero: La tormenta y la unión de la comunidad.
—Y no olvides que Doña Tomasa cocinó para medio pueblo. Sus tamales salvaron a más de uno —agregó Emiliano con una sonrisa.
El siguiente punto en la lista fue la feria de primavera, un evento que no se había celebrado en años y que la comunidad había decidido revivir.
—¿Recuerdas las flores de papel que hicimos para decorar la plaza? —preguntó Ximena, recordando con nostalgia.
—Claro. Aunque tú aplastaste la mitad de las que hice —dijo Emiliano, riendo.
Ximena le sacó la lengua, pero ambos sabían que esos días habían sido felices. La feria había traído color, música, y alegría al pueblo, y hasta había ayudado a recaudar fondos para reparar la iglesia.
—Abril: La feria y las flores de papel. —escribió Ximena, concentrada.
A medida que avanzaban, la lista comenzó a llenarse de momentos que los hicieron reír, suspirar, e incluso llorar. Recordaron el incendio que había arrasado con parte del cerro en mayo, y cómo todos los vecinos, desde los más jóvenes hasta los mayores, habían trabajado juntos para apagarlo y plantar nuevos árboles.
—Eso fue difícil, pero aprendimos mucho sobre cuidar nuestro bosque —dijo Emiliano, dibujando un pequeño árbol junto a la anotación de mayo.
—¿Qué más? —preguntó Ximena, mirando la libreta llena de palabras.
—El torneo de fútbol, obviamente. Nuestro equipo ganó por primera vez en años —respondió Emiliano, emocionado.
—Y no olvidemos la colecta para el hospital —añadió Ximena—. Mamá dijo que ese dinero ayudó a comprar medicinas para los niños.
Así, los hermanos continuaron hasta llegar a diciembre. Cuando terminaron, la lista era tan larga que Ximena tuvo que buscar otra hoja.
—¿Qué pondremos para este mes? —preguntó Emiliano, mirando la fecha en el calendario.
Ximena pensó por un momento antes de responder.
—Que este fue el mes en el que aprendimos a ver lo importante que es estar juntos, como familia y como comunidad.
Emiliano asintió y escribió con cuidado: Diciembre: Reflexión y agradecimiento.
Esa noche, durante la cena de Año Nuevo, los hermanos compartieron su lista con todos los vecinos que se habían reunido en la plaza. Mientras Emiliano leía cada punto, las personas asentían, reían, o soltaban suspiros de nostalgia.
Cuando terminó, Don Ezequiel, el hombre más anciano del pueblo, se levantó de su silla y aplaudió con fuerza.
—Estos niños nos han recordado algo muy importante —dijo, con su voz grave pero cálida—. Cada experiencia, buena o mala, nos ha hecho más fuertes y nos ha unido como pueblo.
Todos aplaudieron, y Ximena y Emiliano se sintieron orgullosos. Esa noche, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo y las campanas de la iglesia marcaban el inicio de un nuevo año, los hermanos supieron que habían hecho algo especial.
Habían mostrado a su comunidad que cada huella del pasado, por pequeña que fuera, tenía un valor incalculable. Y mientras se abrazaban para recibir el año nuevo, prometieron seguir escribiendo historias juntos, dejando huellas para el futuro.

