
En un cielo azul lleno de pequeñas nubes blancas, vivía una familia muy especial: la Familia de las Nubes. Papá Nube era grande y esponjoso, Mamá Nube era suave como algodón, y sus hijos, Nubecita y Rayo, eran pequeños pero llenos de energía.
Un día, mientras flotaban tranquilamente por el cielo, Mamá Nube habló:
—Hoy es nuestro turno de regar los campos del valle. ¡Los granjeros y las plantas nos necesitan!
—¡Qué emoción! —gritó Nubecita, dando vueltas en el aire—. ¿Puedo ayudar esta vez?
—Claro, Nubecita —dijo Papá Nube—. Pero recuerda que debemos trabajar juntos para que todo salga bien.
—¿Y yo qué hago? —preguntó Rayo, que siempre estaba lleno de energía y un poco impaciente.
—Tú puedes dirigirnos para encontrar el mejor lugar para llover —dijo Mamá Nube, sonriendo.
La familia comenzó su viaje hacia el valle, pero Nubecita no podía quedarse quieta.
—¡Miren esos campos! ¡Están tan secos que parecen tristes! —dijo Nubecita, moviéndose rápidamente hacia un campo cercano.
—¡Espera, Nubecita! —gritó Papá Nube—. Aún no hemos llegado al lugar correcto.
—Pero ellos necesitan agua ahora mismo —dijo Nubecita, y antes de que alguien pudiera detenerla, comenzó a soltar pequeñas gotas de lluvia.
Las gotas eran tan poquitas que desaparecieron antes de llegar al suelo. Los campos seguían igual de secos.
—Oh no… —murmuró Nubecita, con una voz triste.
Papá Nube se acercó y le habló con ternura.
—No te preocupes, Nubecita. Es importante querer ayudar, pero debemos hacerlo en equipo. Juntos podemos hacer una gran lluvia que realmente marque la diferencia.
Mientras tanto, Rayo volaba de un lado a otro.
—¡Vamos al otro lado del valle! ¡Esos árboles también necesitan agua! —gritó, moviéndose tan rápido que Mamá Nube tuvo que llamarlo.
—Rayo, calma. Si nos separamos, no podremos hacer una lluvia fuerte —dijo Mamá Nube—. Para ayudar, debemos estar unidos.
Rayo suspiró, pero regresó con su familia.
—Está bien, trabajaré con ustedes.
Finalmente, llegaron al centro del valle, donde los campos estaban secos y las plantas parecían cansadas. Papá Nube habló con voz fuerte y amable:
—Ahora es el momento. Nos unimos, formamos una gran nube y dejamos que nuestra lluvia caiga con fuerza.
Nubecita y Rayo asintieron. Juntos, se agruparon y comenzaron a oscurecerse, creciendo cada vez más grandes. De repente, el cielo se llenó de gotas de agua frescas y limpias que cayeron sobre los campos.
—¡Está funcionando! —gritó Nubecita, emocionada.
—¡Claro que sí! —dijo Rayo—. ¡Miren cómo las plantas están levantando sus hojas!
La familia se sintió orgullosa al ver que los campos revivían, los ríos comenzaban a llenarse y los animales salían a beber agua.
Cuando terminaron, volvieron a su tamaño normal y flotaron hacia el cielo azul.
—Hicimos un gran trabajo hoy —dijo Mamá Nube—. Estoy orgullosa de todos ustedes.
—¡Sí! —dijo Nubecita, sonriendo—. Ahora sé que trabajando juntos podemos hacer cosas increíbles.
—Y yo también aprendí algo —dijo Rayo, con una gran sonrisa—. Ser rápido no siempre es la mejor solución.
Papá Nube rió y los abrazó con sus suaves brazos de vapor.
Desde ese día, la Familia de las Nubes trabajó siempre en equipo, sabiendo que juntos podían hacer que el mundo fuera un lugar más bonito y lleno de vida. Y cada vez que llovía en el valle, los granjeros miraban al cielo y agradecían a las nubes por su ayuda.

