
Infantil
En el pequeño pueblo de San Miguel de las Palmas, en el estado de Guerrero, vivía una joven llamada Carla. Desde pequeña, siempre se sintió fascinada por las máquinas, los edificios y cómo todo a su alrededor funcionaba. Mientras sus amigas jugaban a las muñecas o aprendían a cocinar, ella pasaba horas observando a su papá arreglar las motos y a su mamá, que trabajaba en el taller mecánico familiar. Para Carla, esas herramientas y piezas de metal no eran solo objetos; eran el primer paso para crear algo grande, algo que podría cambiar su comunidad.
Carla soñaba con convertirse en ingeniera, pero en su pueblo, las niñas no solían estudiar carreras técnicas. Las mujeres trabajaban en los campos, en el hogar o, como mucho, en el comercio, pero rara vez alguien las veía como futuras ingenieras, arquitectas o científicas. Cuando Carla compartió su sueño con su madre, esta, con una sonrisa tímida, le dijo:
— “Es un sueño bonito, hija, pero aquí en el pueblo las mujeres se dedican a otras cosas. Lo mejor es que estudies algo más práctico, como para maestra o enfermera.”
Carla, aunque decepcionada, no dejó que las palabras de su madre apagaran su pasión. Sabía que, aunque la sociedad le decía que no podía, ella tenía el poder de cambiar esa historia. Decidió que lucharía por su sueño y lo haría con más fuerza que nunca.
Una tarde, mientras Carla estaba en el taller de su madre ayudando a ensamblar una bicicleta vieja, su papá, Don Luis, se acercó y, viendo la concentración con la que su hija trabajaba, le preguntó:
— “¿Qué piensas hacer cuando termines la escuela, hija?”
Carla, con una mirada decidida, respondió:
— “Quiero estudiar ingeniería, papá. Me gustaría diseñar y construir puentes, ayudar a que nuestra comunidad tenga caminos más seguros.”
Don Luis la miró con sorpresa, pero pronto su rostro se suavizó.
— “Eso es un buen sueño, hija. Aunque aquí no hay muchas oportunidades para eso, te apoyaré. Si realmente quieres ser ingeniera, no te detengas. Yo te enseñaré lo que sé, y tu mamá también. Juntos podemos.”
Aunque el apoyo de su padre fue un alivio, Carla sabía que enfrentaría muchas barreras. En el colegio, los profesores dudaban de su capacidad para sobresalir en materias como matemáticas y física, creyendo que las mujeres no podían ser tan buenas en ciencias duras. Uno de esos días, el profesor Raúl le dijo en clase:
— “Carla, las ciencias son más para los hombres. Tú deberías enfocarte en algo que te vaya a ser más fácil, como literatura o historia.”
Carla sintió un nudo en el estómago, pero no se rindió. Decidió que no iba a dejar que nadie le dijera lo que podía o no podía hacer. Fue entonces cuando recordó las palabras de su padre: “Si realmente quieres ser ingeniera, no te detengas.”
A pesar de las dudas, comenzó a buscar maneras de aprender por su cuenta. Aprovechaba los libros que encontraba en la biblioteca del pueblo, pedía a su papá que le explicara más sobre mecánica y, poco a poco, fue mejorando sus conocimientos. Pero algo cambió en su vida cuando conoció a doña Carmen, la profesora de matemáticas que había llegado a San Miguel de las Palmas para impartir clases. Doña Carmen, una mujer decidida y apasionada por la enseñanza, vio algo especial en Carla.
Un día, después de clase, se acercó a ella y le dijo:
— “Carla, veo tu potencial. ¿Por qué no participas en el concurso estatal de matemáticas? Sé que puedes ganar, y te ayudaría a abrir muchas puertas.”
Carla, un poco sorprendida, le respondió:
— “Pero, profesora, las mujeres no suelen ganar esos concursos. Yo no sé si sea suficiente buena.”
Doña Carmen la miró fijamente y dijo:
— “No dejes que nadie te diga que no puedes. No te estamos pidiendo que seas mejor que los demás. Solo te pedimos que des lo mejor de ti.”
Fue en ese momento cuando Carla decidió que lo intentaría. Se dedicó a estudiar y a prepararse para el concurso. En las noches, después de ayudar en el taller de su mamá y hacer las tareas del colegio, se sentaba a estudiar con más determinación que nunca. Pasaron las semanas, y el día del concurso llegó. Carla estaba nerviosa, pero también confiada en todo lo que había aprendido.
Cuando los resultados fueron anunciados, Carla no lo podía creer. Había ganado el primer lugar en el concurso estatal de matemáticas. La noticia rápidamente se esparció por todo el pueblo, y mucha gente comenzó a hablar de ella. Sin embargo, no todos estaban contentos. Algunas personas seguían creyendo que las mujeres no debían ser ingenieras.
Una tarde, Carla estaba en el taller cuando su tía le dijo:
— “¿De verdad crees que deberías seguir con eso de la ingeniería, Carla? Las mujeres como tú deberían estar en casa, criando hijos y cuidando a la familia. La ingeniería no es para nosotras.”
Carla la miró con calma y, con una sonrisa confiada, le respondió:
— “Yo creo que todas las mujeres podemos hacer lo que soñemos, tía. La ingeniería no tiene género, solo tiene pasión y esfuerzo.”
Ese mismo día, el director de la escuela le ofreció una beca para estudiar en la ciudad, donde podría acceder a una universidad para estudiar ingeniería. Carla no lo pensó dos veces y aceptó la oportunidad. Gracias al apoyo de su familia y su determinación, consiguió su lugar en la universidad. A pesar de los obstáculos, Carla demostró que el género no define los sueños, y que, con esfuerzo y convicción, todo es posible.
Al llegar a la ciudad, se dio cuenta de que muchas otras jóvenes estaban luchando por lo mismo: demostrar que las mujeres también pueden ser ingenieras, arquitectas, científicas. Con el tiempo, Carla se convirtió en una ingeniera exitosa, trabajando en proyectos que cambiaron su comunidad. Pero lo más importante de todo fue que nunca dejó de luchar por su sueño y siempre recordó las palabras de su padre y su profesora:
— “Si realmente quieres ser ingeniera, no te detengas.”
Y así, Carla no solo cumplió su sueño, sino que abrió el camino para muchas otras mujeres en su comunidad.
Lección: El acceso a la educación debe ser para todos, sin importar el género. Las mujeres tienen tanto derecho como los hombres a soñar y alcanzar cualquier meta que se propongan.

