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Luis nunca había sido una persona de rutinas, pero últimamente pasaba cada mañana en el pequeño café de la esquina. Desde que dejó el ramo en el taller de Elena, sentía la necesidad de detenerse un poco, observar la vida y encontrar inspiración para sus fotografías.

Fue en ese café donde notó a Ana por primera vez. Ella entró como un huracán, con el cabello recogido en un moño apresurado y un aire de cansancio que no lograba opacar su belleza natural. Su uniforme de médica y la carpeta repleta de papeles la hacían parecer constantemente ocupada, pero cuando tomaba su té, parecía encontrar un momento de paz.

Un día, mientras revisaba su cámara, Luis escuchó un ruido de papeles cayendo. Miró hacia la mesa de Ana y la vio intentando recoger su carpeta, que había resbalado de sus manos.

—Déjame ayudarte —dijo Luis, acercándose rápidamente.

—Gracias, soy un desastre con estas cosas —respondió Ana, dejando escapar una risa ligera mientras recogían los papeles.

Luis notó que algunos de los documentos tenían dibujos de corazones anatómicos, con anotaciones detalladas.
—¿Eres cardióloga? —preguntó, curioso.

—No exactamente, pero trabajo en cardiología pediátrica. Aunque a veces siento que soy más artista que doctora con tantos dibujos —bromeó ella, señalando los esquemas.

Luis sonrió.
—Bueno, el corazón es arte en movimiento, ¿no?

A partir de ese día, comenzaron a saludarse cada vez que coincidían en el café. Poco a poco, sus charlas se alargaron, y las coincidencias parecían más intencionadas. Luis descubrió que Ana trabajaba largas horas, pero encontraba pequeños momentos para disfrutar de la vida. Ana, por su parte, aprendió que Luis veía el mundo a través de su cámara, siempre buscando historias que contar con imágenes.

Una mañana, Luis llegó al café con una fotografía especial. Había regresado al taller de Elena y le había pedido permiso para capturar uno de sus arreglos: un ramo con flores rojas y blancas, que simbolizaban amor y esperanza.

—Esto es para ti —dijo Luis, entregándole la foto impresa.

Ana la observó en silencio.
—Es hermoso. Las flores siempre me recuerdan a mi abuela. Ella decía que cada flor lleva un mensaje oculto.

Luis notó un brillo en los ojos de Ana.
—¿Qué mensaje ves aquí?

—Quizá que siempre hay esperanza, incluso cuando el trabajo es duro o la vida parece abrumadora.

—Exacto —respondió Luis—. Por eso pensé en ti.

A partir de entonces, comenzaron a compartir más tiempo fuera del café. Paseaban por el parque, donde Luis fotografiaba flores silvestres, mientras Ana hablaba de sus sueños y sus pacientes. Cada pequeño gesto parecía fortalecer un vínculo que ambos necesitaban, aunque aún no lo admitieran abiertamente.

Una tarde, mientras caminaban junto a un lago, Ana se detuvo y lo miró con seriedad.
—Luis, esto es raro para mí. No suelo tener tiempo para… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Para esto. Para alguien.

Luis dejó la cámara a un lado y la tomó de las manos.
—Ana, no tienes que decir nada. Solo quiero que sepas que me gusta estar contigo. No quiero apresurarnos, solo disfrutar el momento.

Ana sonrió, aliviada.
—Eso me gusta. Aunque debo advertirte, mi vida no es sencilla.

—Las cosas simples no siempre son las más hermosas —respondió Luis, con una sonrisa.

Esa noche, Luis volvió al taller de Elena. Quería un consejo para sorprender a Ana.

—Creo que he encontrado a alguien especial, pero quiero hacer algo único para ella. Algo que le recuerde que merece tomarse un respiro, que es increíble tal como es.

Elena lo ayudó a elegir un arreglo con flores suaves, como lirios y jazmines, que transmitieran serenidad. También le sugirió un mensaje escrito:
«El amor, como las flores, florece mejor cuando se cuida con calma.»

Luis entregó el ramo a Ana la semana siguiente, justo después de un turno largo en el hospital. Ana lo recibió con una sonrisa que parecía iluminar toda la habitación.

—Eres… diferente, Luis. De los buenos.

—Y tú, Ana, eres lo mejor que me ha pasado últimamente.

Ambos supieron en ese momento que su conexión era más que una casualidad. Era el inicio de algo que no necesitaba ser nombrado, pero que ya florecía como el ramo que Ana sostenía entre sus manos.

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