
Infantil
Miguel vivía en un pequeño pueblo llamado San Vicente, en el corazón de Veracruz. El pueblo estaba rodeado de montañas y campos de caña de azúcar. Era un joven de 16 años con una mente brillante y un corazón lleno de ideas. Siempre había sido alguien inquieto, lleno de preguntas y preocupado por lo que sucedía a su alrededor. En su escuela, la Secundaria Técnica 45, los profesores solían decir que Miguel tenía el potencial de cambiar el mundo. Sin embargo, a menudo se sentía reprimido. A pesar de su entusiasmo por discutir temas de interés social, encontraba pocas oportunidades para expresarse libremente.
Los estudiantes de su escuela, en su mayoría, callaban sus pensamientos. Había un ambiente donde las voces de los jóvenes parecían no ser escuchadas. Todo se regía bajo la autoridad de los profesores y la directora, quien prefería que todo se mantuviera en silencio y en orden. Las opiniones de los estudiantes eran ignoradas, a menudo consideradas innecesarias o incluso problemáticas. Este clima de opresión no era algo nuevo para Miguel, pero con el paso del tiempo, comenzó a sentir que tenía que hacer algo al respecto.
Un día después de una clase de historia, discutieron sobre la Revolución Mexicana y los derechos humanos. Miguel se levantó con una idea en su mente. En su corazón latía con fuerza la convicción de que los estudiantes, como cualquier otra persona, tenían derecho a expresarse, a opinar, a alzar la voz. A pesar de su timidez, decidió que era momento de hacer algo concreto.
— «¿Y si organizamos un foro en la escuela?» pensó Miguel mientras caminaba hacia su casa. «Un espacio donde todos podamos compartir lo que pensamos, lo que nos preocupa. ¡Un espacio para que todas las voces sean escuchadas!»
Al llegar a su casa, le contó la idea a su mamá. Carmen siempre lo había apoyado en sus proyectos. Carmen era una mujer fuerte y trabajadora. Había sido maestra durante muchos años. Siempre le había enseñado a Miguel la importancia de defender sus ideas. Aunque eso significara enfrentar obstáculos.
— «Miguel, es una idea maravillosa, pero… ¿estás seguro de que te dejarán hacerlo? Sabes cómo son las cosas en la escuela.» dijo Carmen, un poco preocupada.
— «Lo sé, mamá. Pero creo que es hora de que alguien haga algo. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? Quiero que los demás sepan que tienen derecho a expresarse, que sus opiniones valen.» respondió Miguel con determinación.
Esa noche, Miguel no pudo dormir pensando en cómo llevar a cabo su plan. Al día siguiente, fue a la escuela con una sola meta: hablar con algunos de sus compañeros y conseguir su apoyo. En el receso, se acercó a su mejor amiga, Lupita, quien siempre lo había apoyado en sus ideas.
— «Lupita, tengo una idea. ¿Qué te parece si organizamos un foro en la escuela, donde todos los estudiantes podamos compartir nuestras opiniones sobre los temas que nos preocupan?» le preguntó Miguel con entusiasmo.
Lupita lo miró con sorpresa, pero luego sonrió.
— «Eso suena increíble, Miguel. Pero sabes que no será fácil. La directora nunca está de acuerdo con estas cosas.»
— «Lo sé, pero tenemos que intentarlo. La libertad de expresión es un derecho de todos. Si conseguimos que más estudiantes se sumen, tal vez logremos que nos den permiso.»
Juntos, Miguel y Lupita comenzaron a hablar con otros compañeros de clase, buscando apoyo para su idea. Algunos estuvieron de acuerdo desde el principio, pero otros se mostraron más escépticos.
— «¿Qué sentido tiene hablar de esos temas si nadie nos va a escuchar?» dijo Andrés, un compañero de clase que siempre se quejaba de todo. «No podemos cambiar nada, la directora nunca nos va a dejar hacer algo así.»
Pero Miguel no se dejó desanimar. Se acercó a otros estudiantes, incluyendo a Carla, una chica con mucho carácter que siempre se había destacado por su capacidad de liderazgo, y a Ernesto, un chico apasionado por la política.
— «¿Qué tal si nos organizamos bien y planteamos el foro de forma formal? Podemos hacer una lista de los temas que queremos discutir, escribir una carta a la directora explicando lo que queremos lograr y cómo será todo. Si lo hacemos bien, tal vez ella no podrá negarnos la oportunidad.» sugirió Miguel.
La idea de Miguel comenzó a tomar forma, y poco a poco fue sumando más estudiantes. Después de varias semanas de planificación, tenían todo listo. Habían preparado una propuesta formal para la directora. También tenían un programa con los temas a tratar. Además, reservaron un espacio en el auditorio de la escuela.
El día de la presentación llegó, y Miguel, con el corazón acelerado, fue a la oficina de la directora, la señora Pérez, quien había sido conocida por su postura rígida y autoritaria. Cuando la directora leyó la propuesta, frunció el ceño.
— «Miguel, sabes que no me gustan este tipo de actividades. ¿Qué les hace pensar que tienen algo importante que decir?» preguntó la directora, mirándolo con escepticismo.
Miguel, sin embargo, se mantuvo firme. Miró a la directora a los ojos y, con calma, le explicó.
— «Señora Pérez, entendemos que la escuela tiene reglas, y estamos dispuestos a respetarlas. Pero este foro no es para hacer protestas ni para causar problemas. Es para que los estudiantes puedan hablar sobre los temas que les preocupan, para que sepan que su voz importa. No estamos pidiendo permiso para hacer algo negativo, solo queremos un espacio para que todos podamos compartir nuestras opiniones.»
La directora permaneció en silencio por unos momentos. Finalmente, suspiró y, aunque de mala gana, aceptó la propuesta.
— «Está bien, Miguel. Podrán hacer el foro, pero deberán seguir las reglas de la escuela y no excederse en los tiempos. Y recuerden, todo debe ser respetuoso.» dijo, mientras firmaba la carta de autorización.
Miguel no podía creerlo. ¡Lo había logrado! El foro se llevaría a cabo. Ahora, solo quedaba lograr que los demás estudiantes se sintieran cómodos para compartir sus pensamientos. A lo largo de los días siguientes, el grupo de Miguel trabajó arduamente para promocionar el evento: hicieron carteles, repartieron volantes y hablaron con todos sus compañeros. Pronto, el foro se convirtió en un tema de conversación en toda la escuela.
El día del foro llegó, y el auditorio estaba lleno. Estudiantes de todos los grados se habían reunido para escuchar las diferentes opiniones y discutir temas que les preocupaban, como el medio ambiente, la violencia en la comunidad y la importancia de la educación. Miguel abrió el evento con un breve discurso:
— «Gracias a todos por estar aquí hoy. Este es un espacio para que cada uno de nosotros pueda expresar lo que piensa, sin miedo a ser juzgado. Recuerden que nuestra voz es poderosa, y debemos usarla para cambiar lo que no nos gusta. Este es un foro de respeto y de libertad de expresión, y estamos aquí para aprender los unos de los otros.»
Las intervenciones fueron diversas y apasionadas. Carla habló sobre el feminismo y la igualdad de género, Ernesto discutió sobre la importancia de la participación política juvenil, y Lupita compartió su preocupación por el futuro del planeta. Cada uno expresó sus pensamientos con valentía, y el auditorio escuchaba con atención.
Cuando terminó el foro, Miguel se sintió increíblemente orgulloso. Aunque sabía que no todo había sido perfecto, también sabía que había logrado algo importante: había dado un paso para que las voces de los jóvenes fueran escuchadas y respetadas.
Lección: La libertad de expresión es un derecho fundamental que todos debemos defender. Cuando nos unimos y usamos nuestras voces de manera respetuosa y constructiva, podemos generar cambios significativos en nuestras comunidades. Las ideas de los jóvenes tienen el poder de transformar el mundo.

