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Infantil

Diego tenía diez años y le encantaban los animes. Su cuarto estaba decorado con pósters de héroes con cabellos de colores, ojos grandes y trajes espectaculares. Cada tarde, al llegar de la escuela, se sentaba frente al televisor con su cuaderno de dibujos para copiar a sus personajes favoritos y soñar con ser parte de esas historias llenas de aventuras.

Sin embargo, en la escuela, las cosas no eran tan emocionantes. A muchos de sus compañeros no les gustaba el anime y algunos se burlaban de él.

—Eso es para raros —le decía Marco, un niño que siempre lideraba los comentarios pesados. —Sí, ¿por qué ves esas caricaturas? Mejor juega fútbol como los demás —agregaba Luis, su amigo de la infancia, pero que últimamente parecía alejarse.

Diego se sentía mal, aunque intentaba ignorarlo. Él sabía que el anime no era «de raros» ni «de niñas», pero cada vez que alguien se lo repetía, algo dentro de él se encogía. Hasta dejó de dibujar en la escuela, temiendo que alguien más viera sus bocetos y lo molestara aún más.

Una tarde, llegó a casa más callado de lo normal. Su mamá lo notó enseguida.

—¿Todo bien, hijo? —preguntó mientras preparaba la comida.

—Sí, mamá, sólo estoy cansado —respondió Diego, aunque su tono no convenció a nadie.

Su abuelo, que estaba en la mesa leyendo el periódico, levantó la mirada y lo observó con curiosidad. Cuando Diego terminó de comer, el abuelo lo llamó a la sala.

—Ven, muchacho, cuéntame qué pasa. No tienes cara de haber peleado contra un villano, sino de haber perdido una batalla importante.

Diego suspiró y se dejó caer en el sillón.

—Es que en la escuela se burlan de mí porque me gusta el anime. Dicen que es para raros y para niñas.

El abuelo se rascó la barba y sonrió con complicidad.

—¿Sabes, Diego? Hace muchos años, cuando yo era niño, me decían lo mismo, pero por leer cómics de superhéroes. Decían que los verdaderos hombres no soñaban con cosas fantásticas. Pero la verdad es que los héroes y las grandes historias están en todas partes. No importa de dónde vengan, lo importante es lo que nos enseñan.

Diego levantó la mirada, intrigado.

—¿Tú crees que los animes pueden enseñar cosas importantes?

—¡Por supuesto! —respondió el abuelo con entusiasmo—. Muchos de esos personajes son valientes, luchan por sus ideales, protegen a sus amigos y nunca se rinden. ¿No es eso lo que hacen los verdaderos héroes?

El niño sonrió, sintiéndose un poco mejor. Pero aún tenía miedo de que en la escuela lo siguieran molestando.

—Pero, ¿qué hago si siguen diciendo que es de niñas?

El abuelo le puso una mano en el hombro.

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—Hijo, la creatividad no tiene género. Ni los sueños. Si algo te apasiona, nunca debes dejarlo por lo que digan los demás. Además, los verdaderos héroes siempre encuentran una forma de demostrar su valor.

Diego se quedó pensando en esas palabras y, poco a poco, su tristeza se transformó en una idea.

El Festival Escolar se acercaba y cada clase tenía que preparar una presentación especial. Diego tuvo una idea atrevida: hacer una exhibición de cosplay, donde los niños pudieran disfrazarse como sus personajes favoritos, sin importar si eran de anime, cómics o videojuegos.

Al principio, los profesores dudaron, pero cuando Diego explicó su idea con emoción, lograron ver el potencial. Su maestra, la señora Marta, lo apoyó inmediatamente.

—Me encanta la idea, Diego. Es una gran forma de mostrar la diversidad de historias que existen.

Junto con algunos amigos que también disfrutaban del anime, comenzaron a trabajar en los disfraces. El abuelo de Diego lo ayudó a confeccionar un traje de su personaje favorito: un guerrero de armadura brillante y capa roja.

El día del festival, todos estaban emocionados. Cuando Diego y sus amigos salieron al escenario, la multitud quedó en silencio por unos segundos… y luego estalló en aplausos. Había niños vestidos como samuráis, robots gigantes, hechiceros y valientes guerreros. Incluso Luis, su amigo de la infancia, se había animado a participar, dándose cuenta de que el anime no era algo «raro», sino simplemente otro tipo de historia con héroes increíbles.

Después del evento, Marco, el niño que siempre se burlaba de Diego, se acercó con un gesto incómodo.

—Oye… creo que tu disfraz estuvo genial. Mi hermano ve anime, y creo que voy a empezar a verlo con él.

Diego sonrió.

—Cuando quieras, te recomiendo algunos muy buenos.

Desde ese día, Diego comprendió que no tenía que esconder lo que le gustaba. Aprendió que la verdadera valentía no estaba en pelear con los demás, sino en defender sus propios sueños. Y, sobre todo, entendió que todos tienen derecho a disfrutar de lo que aman. No importa lo que digan los demás.

Aprendizaje final: No hay pasatiempos «raros» o «incorrectos». Lo que te apasiona es parte de lo que eres. Nadie tiene el derecho de hacerte sentir mal por ello. La valentía está en aceptar y compartir tus gustos sin miedo.

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