
Infantil
Valeria tenía doce años y una gran pasión: el K-pop. Desde que había escuchado su primera canción coreana, se enamoró por completo del ritmo, las coreografías impresionantes y la energía de sus ídolos. Su cuarto estaba decorado con pósters de su grupo favorito, y su teléfono estaba lleno de playlists con sus canciones preferidas. Veía videos de conciertos, aprendía las coreografías y hasta intentaba decir algunas frases en coreano.
Sin embargo, no todos en su casa compartían su entusiasmo. Su mamá, la señora Patricia, simplemente no entendía qué veía su hija en esa música que ni siquiera estaba en español.
—Ay, Valeria, ¿otra vez con esas canciones? Ni siquiera sabes qué dicen —le decía mientras recogía la ropa.
—Sí sé, mamá. Busco las letras y algunas palabras ya las entiendo. Además, la música se siente aquí —dijo Valeria, llevándose una mano al corazón.
Su mamá suspiró y sacudió la cabeza. Para ella, el K-pop era una simple moda pasajera, algo que su hija olvidaría en unos meses, como cuando quiso ser patinadora y luego dejó los patines abandonados en un rincón.
Pero Valeria no estaba sola en su amor por el K-pop. Su mejor amiga, Sofía, también era fan, y juntas hablaban de sus idols favoritos durante los recreos en la escuela. Un día, mientras almorzaban en la cafetería, Sofía mencionó algo importante.
—Oye, Vale, en la ciudad van a hacer un evento de K-pop la próxima semana. Va a haber concursos de baile y stands con mercancía. ¿Te gustaría ir?
Los ojos de Valeria brillaron.
—¡Por supuesto que quiero ir! Pero… tengo que preguntarle a mi mamá.
Esa tarde, Valeria esperó el mejor momento para hablar con Patricia. Se acercó cuando su mamá estaba viendo la televisión y con voz dulce preguntó:
—Mami, ¿puedo ir a un evento de K-pop con Sofía la próxima semana? Va a haber concursos y mucha gente que le gusta lo mismo que a mí.
Patricia la miró con una ceja levantada.
—¿Un evento? ¿Qué tan lejos es eso? ¿Quién más va a ir?
—Es en el centro de la ciudad y va a estar lleno de chicos y chicas que aman el K-pop. ¡Por favor, mamá! —rogó Valeria.
Patricia suspiró. No quería que su hija estuviera en un lugar lleno de desconocidos por una “moda”, pero tampoco quería desilusionarla.
—Déjame pensarlo —respondió finalmente.
Esa noche, mientras navegaba por internet, Patricia encontró una recomendación de un dorama coreano llamado Un Destino Inesperado. Recordó que Valeria había mencionado algo sobre las historias coreanas y decidió intentarlo. “Tal vez así pueda entenderla mejor”, pensó.
Lo que no esperaba era quedarse despierta hasta la madrugada, completamente atrapada en la historia de amor y en los giros inesperados del drama. Se sorprendió a sí misma emocionándose con la trama y hasta llorando en algunas escenas.
Los días siguientes, Patricia comenzó a notar más detalles. Se fijó en cómo Valeria sonreía cada vez que escuchaba una canción nueva, cómo practicaba con esfuerzo las coreografías en su habitación y cómo escribía palabras en coreano en su cuaderno. Una tarde, mientras doblaba la ropa, escuchó a su hija tarareando una canción y, sin darse cuenta, ella misma la siguió. Valeria, sorprendida, dejó de cantar y se quedó viéndola fijamente.
—Mamá… ¿te gusta? —preguntó emocionada.
Patricia dudó un momento antes de responder.
—Pues… la verdad es que sí. Anoche vi otro capítulo del dorama y… la historia me atrapó. No puedo creer que me haya quedado despierta hasta tarde por eso —admitió riendo.
—¡Mamá, qué emoción! ¿Quieres que te recomiende más? —preguntó Valeria, saltando de alegría.
—Está bien, pero con una condición: me explicas bien de qué trata todo esto y por qué te gusta tanto.
Valeria aceptó de inmediato. Pasaron la tarde viendo videos de presentaciones, entrevistas y documentales sobre cómo los idols entrenaban durante años para alcanzar su sueño. Patricia quedó impresionada.
—No tenía idea de que todo esto fuera tan difícil… Pensé que solo eran chicos cantando y bailando, pero esto requiere muchísimo esfuerzo —dijo Patricia con asombro.
Desde ese día, madre e hija encontraron un nuevo punto en común. Los sábados por la noche se convirtieron en «noche de dorama». Patricia comenzó a sorprender a Valeria aprendiendo algunas palabras en coreano y hasta intentó imitar uno de los pasos de baile, provocando carcajadas en su hija.
Cuando llegó el día del evento de K-pop, Patricia no solo dejó que Valeria fuera, sino que la acompañó. Observó a los jóvenes bailando con entusiasmo y vio el brillo en los ojos de su hija cuando compró un póster de su grupo favorito. En un momento, se animó a participar en una actividad donde los padres intentaban replicar una coreografía sencilla. Aunque al principio se sintió ridícula, pronto se dejó llevar por la diversión.
—Mamá, gracias por venir conmigo —dijo Valeria, abrazándola.
—Gracias a ti, hija. Creo que ahora entiendo un poco más por qué amas todo esto —respondió Patricia, sonriendo.
Esa noche, mientras regresaban a casa, Valeria le mostró a su mamá cómo escribir algunas palabras en coreano y juntas cantaron una de sus canciones favoritas. Patricia nunca imaginó que algo que al principio veía como una simple moda se convertiría en un vínculo especial con su hija.
Con el tiempo, Patricia entendió que el K-pop y los doramas no eran solo una moda, sino parte de algo que hacía feliz a Valeria. Más que un simple gusto, era una pasión que la conectaba con nuevas historias y emociones.
Aprendizaje final: a veces, para comprender lo que apasiona a nuestros seres queridos, basta con dar un paso en su mundo. La música y las historias no tienen fronteras cuando se comparten con amor.

