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CUENTO INFANTIL

Cada año, en la Escuela Primaria Miguel Hidalgo, los preparativos para las fiestas patrias comenzaban desde principios de septiembre. El patio se llenaba de papel picado tricolor, los salones olían a resistol y pintura vinílica, y los niños practicaban poemas, bailes y discursos para el acto cívico del 15 de septiembre.

Ese año, Sofía, alumna de quinto grado, no solo estaba emocionada por ponerse el vestido típico de china poblana que su abuela le estaba confeccionando, sino también por participar en la presentación de personajes históricos. Su salón tenía la tarea de hacer una representación de los héroes de la Independencia.

—¡Tú vas a ser Miguel Hidalgo! —gritaban entre risas a su compañero Alan, que era calvo desde chiquito.

—¡Y tú, Sofía, podrías ser la que dé el poema de “El grito de Dolores”! —le propuso la maestra Lourdes con una sonrisa.

Pero algo dentro de Sofía no terminaba de encajar. Mientras hojeaban los libros de texto y buscaban imágenes en internet para decorar su mural, algo le empezó a llamar la atención: todas las imágenes eran de hombres. Hidalgo, Morelos, Guerrero, Iturbide, Allende. Todos con bigote, espada y mirada al horizonte.

Sofía, que siempre había sido curiosa, levantó la mano en medio del bullicio del salón.

—Maestra… ¿y las mujeres?

—¿Cómo? —preguntó Lourdes.

—Pues… en los libros y las imágenes que hemos estado viendo, sólo salen hombres. ¿No hubo mujeres en la Independencia?

La pregunta dejó un breve silencio. Algunos niños se miraron entre sí, encogiéndose de hombros.

La maestra Lourdes ladeó la cabeza. Pensó unos segundos. Después se acercó al escritorio, tomó una silla, se sentó y dijo:

—Esa es una gran pregunta, Sofía. Muy buena, de hecho. Porque sí hubo mujeres. Y muchas. Pero por alguna razón, casi no aparecen en los libros de texto.

—¿Y por qué no? —preguntó Sofía, con los ojos bien abiertos.

—Porque durante mucho tiempo, la historia se ha contado desde la voz de los hombres. Pero eso no significa que las mujeres no hayan estado ahí. Solo significa que no se les ha reconocido como se debe.

Los niños se quedaron en silencio. Lourdes se levantó con energía, como si una nueva idea acabara de instalarse en su cabeza.

—¿Saben qué? Vamos a hacer algo diferente este año. En lugar de solo hablar de los hombres que lucharon por la Independencia, vamos a buscar y contar la historia de las mujeres que también pelearon, ayudaron, escribieron, espiaron, curaron, protegieron o guiaron a quienes luchaban.

Los ojos de Sofía brillaron.

—¡Sí! ¡Como una exposición!

—Más que una exposición —dijo la maestra—. Vamos a hacer un altar. Como si les rindiéramos homenaje. Un altar de “Las Héroes Invisibles”.

Durante esa semana, el salón de quinto se transformó en un centro de investigación. La biblioteca escolar, que normalmente dormía entre estantes polvosos, se llenó de niños con libretas y preguntas. Buscaron en internet, entrevistaron a sus abuelas, y hasta pidieron libros prestados en otras escuelas.

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Fue así como descubrieron a:

  • Leona Vicario, quien ayudó a los insurgentes con dinero, mensajes secretos y documentos impresos.
  • Josefa Ortiz de Domínguez, “la Corregidora”, que avisó a tiempo a los revolucionarios para que no fueran atrapados.
  • Mariana Rodríguez del Toro, que planeó la captura del virrey.
  • Gertrudis Bocanegra, quien fue fusilada por no delatar a los insurgentes.
  • Manuela Medina, una comandante indígena que peleó al frente de su batallón.

—¿Por qué no nos contaron de ellas antes? —preguntó Diego, uno de los más inquietos del salón—. ¡Estas mujeres hicieron cosas igual de valientes que Hidalgo!

—Porque durante siglos, a las mujeres se les dijo que su lugar era callar —respondió Lourdes con honestidad—. Pero ahora nos toca a nosotros cambiar eso. Recordar también es justicia.

El día del acto cívico, el patio escolar se llenó de padres, madres, hermanitos, vecinos y autoridades. Todos esperaban ver los típicos bailables, los trajes folclóricos, el “¡Viva México!” a todo pulmón.

Pero algo distinto llamó la atención: en medio del patio, había un altar largo, hecho con cajas forradas en tela color hueso, flores de papel, velas eléctricas y retratos en blanco y negro de mujeres que pocos reconocían.

Sofía se paró al frente del micrófono, junto a sus compañeros.

—Hoy queremos recordar a quienes no han sido recordadas. A las mujeres que también hicieron patria, que también soñaron con la libertad, y que muchas veces lo hicieron en silencio, sin reconocimiento, sin estatuas.

Detrás de ella, cada compañero fue diciendo el nombre y la historia de una mujer distinta. Algunos niños, al escuchar las historias, soltaron un “¡wow!”. Algunas madres en la audiencia tenían lágrimas en los ojos.

—Hoy les decimos que ya no son invisibles. Que ahora las vemos. Que las honramos. Que también nos inspiran.

Sofía fue la última en hablar. Vestida con una blusa blanca bordada por su abuela, se acercó al altar y puso una pequeña vela frente a la imagen de Leona Vicario.

—Gracias por luchar —dijo, con voz clara—. Gracias por no rendirse. Ahora nosotros seguiremos contando su historia.

Esa tarde, en casa, su abuela le preguntó cómo le había ido en la escuela.

—Fue hermoso, abue. Sentí que hicimos algo justo. Algo que hacía falta.

—¿Y sabes qué es lo mejor, mi niña? —dijo la abuela mientras le acariciaba la cabeza— Que en el fondo, siempre supiste que había algo mal en lo que no se contaba. Y tu pregunta abrió una puerta. De eso se trata la libertad.

Sofía sonrió. Y aunque apenas tenía diez años, ese día supo que la historia también podía cambiarse con preguntas valientes y corazones despiertos.

Aprendizaje:

La historia también la construyen las mujeres. Recordarlas es darles el lugar que siempre merecieron. Nombrarlas es justicia. Enseñar sobre ellas, es sembrar igualdad.

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