Niño colocando un altar de Día de Muertos con flores de cempasúchil y fotos familiares en una escuela de Veracruz.
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En la vibrante ciudad de Veracruz, el Día de Muertos era una de las festividades más esperadas del año. Las calles se llenaban de colores brillantes y aromas deliciosos. Las familias se preparaban para honrar a sus seres queridos que habían partido, decorando altares con ofrendas, flores y velas. En la primaria «José María Velasco,» el ambiente estaba lleno de entusiasmo. Los niños se preparaban para su propia celebración del Día de Muertos.

Luis era un niño de diez años que estaba especialmente sensible este año. Había perdido a su abuela un año atrás, y el Día de Muertos le traía recuerdos agridulces. Su abuela había sido una figura central en su vida, una fuente constante de amor y sabiduría. Sus tardes juntas en la cocina, los cuentos que le contaba antes de dormir, y las tardes de juegos en el jardín habían sido momentos preciados. La ausencia de su abuela había dejado un vacío en su corazón que parecía imposible de llenar.

El maestro Javier, conocido por su enfoque empático y comprensivo, decidió que este año sería especial. En lugar de limitarse a hablar sobre las tradiciones del Día de Muertos, quería que los niños entendieran el significado más profundo de la festividad. Quería que comprendieran la aceptación de la muerte como una parte natural de la vida. También deseaba resaltar la importancia de recordar a los seres queridos de una manera positiva y reconfortante.

—Esta semana, vamos a hacer un altar de Día de Muertos en la escuela. —anunció el maestro Javier a sus alumnos—. Quiero que piensen en cómo les gustaría honrar a sus seres queridos. Vamos a usar esta oportunidad para reflexionar. Reflexionemos sobre lo que significa recordar y aceptar a aquellos que ya no están con nosotros.

Luis escuchó con atención, pero una sensación de incomodidad se instaló en su pecho. Sabía que su abuela había amado el Día de Muertos. Para él, el recuerdo de su partida aún estaba muy fresco. No estaba seguro de cómo podía celebrar algo que le recordaba tanto a su dolor.

Durante el resto de la semana, el salón de clases se transformó en un bullicioso taller de manualidades. Los estudiantes comenzaron a preparar decoraciones y a hablar sobre sus seres queridos. Algunos trajeron fotos, otros hicieron dibujos y decoraciones con papel picado. Luis, sin embargo, se sentía cada vez más apartado, incapaz de concentrarse en las actividades. Cada vez que pensaba en su abuela, sentía una mezcla de tristeza y confusión.

Un viernes por la tarde, después de una larga semana de preparación. El maestro Javier organizó una sesión especial. La sesión fue para hablar sobre el significado del Día de Muertos. Les pidió a los estudiantes que compartieran lo que habían preparado para el altar. También les pidió que expresaran cómo se sentían respecto a la celebración. Luis decidió participar, aunque estaba nervioso.

—Quiero hablar sobre mi abuela —dijo Luis, con la voz temblando—. Ella siempre amaba el Día de Muertos, pero desde que ella se fue, me cuesta mucho celebrarlo. No sé qué poner en el altar.

El maestro Javier le sonrió con comprensión y asintió.

—Luis, es natural sentir tristeza y confusión cuando hemos perdido a alguien que amamos. El Día de Muertos es una manera de honrar y recordar a nuestros seres queridos, pero también es un proceso de aceptación y celebración de sus vidas. ¿Qué tal si piensas en lo que a tu abuela le hacía feliz? Eso puede ayudarte a encontrar una manera de honrarla que sea significativa para ti.

Luis se quedó pensativo, mientras los demás niños compartían sus historias y preparativos. Recordó las muchas tardes que había pasado con su abuela en la cocina. Aprendió a hacer tamales y pan de muerto. Recordó cómo ella le contaba historias sobre sus propios antepasados. Ella le enseñó a disfrutar de la vida y a apreciar cada momento.

Esa noche, Luis se sentó en la mesa de la cocina con su madre. Estaba rodeado de ingredientes para preparar las ofrendas. Había decidido preparar un altar especial para su abuela en casa. Mientras trabajaba, Luis comenzó a sentirse un poco más en paz. Colocó en el altar algunas de las comidas favoritas de su abuela. Entre ellas estaban tamales de puerco, pan de muerto y chocolate caliente. También colocó una foto de ellos juntos, riendo en un picnic en el jardín. Además, escribió pequeñas notas sobre los momentos especiales que habían compartido.

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El sábado por la mañana, Luis llevó su altar a la escuela. Todos los altares de los estudiantes se habían reunido en el salón de eventos. El lugar estaba lleno de coloridos altares decorados con flores de cempasúchil. Había calaveras de azúcar y velas que iluminaban los rostros sonrientes de los difuntos. Los difuntos estaban siendo honrados.

Luis colocó su altar en un lugar destacado. Había hecho una pequeña caja decorada con dibujos y recuerdos de su abuela. Dentro de la caja había recetas que solían cocinar juntos, una foto de ellos en el jardín, y una vela encendida que simbolizaba el amor eterno que sentía por ella. Luis se sintió un poco más tranquilo al ver el altar y al pensar en su abuela.

El lunes siguiente, Luis estaba ansioso por compartir su altar con el resto de la clase. El maestro Javier les pidió a los estudiantes que explicaran lo que habían puesto en sus altares y lo que significaba para ellos. Luis se levantó y se dirigió al frente del salón.

—He puesto algunas de las cosas favoritas de mi abuela en este altar. También he incluido una foto de nosotros en un picnic. Me ayudó a recordar lo feliz que ella era y lo mucho que me amaba. —Luis hizo una pausa y respiró profundamente—. Quiero que mi abuela sepa que la extraño, pero también que celebro su vida y todos los momentos felices que compartimos.

La maestra Javier y sus compañeros lo escucharon en silencio, algunos con lágrimas en los ojos. La expresión de Luis mostraba un nuevo nivel de comprensión y aceptación. El maestro Javier le dio una cálida sonrisa y un abrazo, agradeciéndole por compartir su historia.

—Luis, has hecho un trabajo maravilloso. Tu abuela estaría muy orgullosa de ti. Has encontrado una manera hermosa de honrarla y de aceptar la muerte como parte de la vida.

A lo largo de la semana, la escuela continuó celebrando el Día de Muertos con actividades y reflexiones. Luis comenzó a sentir una mezcla de tristeza y paz. Aceptó que el dolor de perder a su abuela nunca desaparecería por completo, pero también entendió que recordar a su abuela y celebrar su vida era una forma de mantenerla viva en su corazón.

El Día de Muertos se convirtió en una ocasión para recordar no solo la tristeza de la pérdida. También es la alegría de haber tenido a su abuela en su vida. Luis encontró consuelo en el hecho de que ella siempre sería parte de él, no solo en sus recuerdos, sino también en las tradiciones y celebraciones que compartieron.

En la noche del Día de Muertos, Luis se sentó junto a su altar en casa. Miró las ofrendas y las fotos, y sintió una calidez en su corazón. Encendió una vela y miró el brillo de la llama, pensando en su abuela con amor y gratitud. Mientras la luz de la vela parpadeaba suavemente, Luis comprendió que la muerte no es el final, sino una transición. La vida y el amor que compartimos con aquellos que hemos perdido siguen vivos en nuestras memorias y en las celebraciones que hacemos para honrarlos.

El Día de Muertos es una oportunidad para aceptar la muerte como una parte natural de la vida y para honrar a nuestros seres queridos de una manera positiva. A través del duelo y el recuerdo, encontramos consuelo y celebración en las vidas que han tocado las nuestras. Aceptar la muerte no significa olvidar a los que hemos perdido, sino celebrar su vida y mantener sus recuerdos vivos en nuestro corazón.

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