
El viento fresco de diciembre agitaba las hojas de los árboles en el parque deportivo «El Nogal», el lugar favorito de Lupita y sus amigos para jugar y entrenar fútbol. A sus 11 años, Lupita era conocida por su destreza en el campo, pero aún más por su inteligencia y curiosidad. No había problema matemático que se le resistiera ni misterio que no quisiera resolver.
Esa mañana, mientras pateaba el balón junto a sus mejores amigos, Carlos y Marisol, un grupo de adultos se reunió cerca de la cancha. Era el comité del club deportivo, encabezado por Don Ramiro, un hombre robusto de bigote espeso y voz fuerte.
—¡Atención, muchachos! —gritó Don Ramiro, atrayendo a todos los niños—. Este año queremos mejorar el club: nuevas porterías, balones, uniformes. Pero necesitamos su ayuda.
Lupita y sus amigos se acercaron con curiosidad.
—Haremos una colecta —continuó Don Ramiro—. Cada familia deberá aportar 200 pesos, y con eso alcanzará para todo.
Hubo murmullos entre los niños. Algunos se emocionaron pensando en los nuevos uniformes, pero otros, como Lupita, fruncieron el ceño.
—¿Doscientos pesos? —susurró a Carlos—. Es mucho dinero.
—Pero valdrá la pena si tenemos porterías nuevas —respondió él.
Marisol, que siempre era más reservada, murmuró:
—Ojalá mi papá pueda pagarlo.
Los días pasaron, y las familias comenzaron a entregar el dinero al comité. Lupita, siempre observadora, notó algo extraño. Don Ramiro y los otros adultos tomaban notas en una libreta, pero nunca daban recibos ni explicaban cuánto habían recolectado hasta el momento.
Una tarde, mientras entrenaban, Lupita vio a Don Ramiro metiendo un fajo de billetes en su chaqueta. Sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué estás viendo? —le preguntó Carlos, mientras intentaba recuperar el balón que ella había olvidado en sus pies.
—Creo que algo no está bien, Carlos —respondió ella, sin dejar de mirar a Don Ramiro—. ¿Qué tal si el dinero no se está usando para lo que dijeron?
—¿Qué? ¿Crees que Don Ramiro nos está robando?
—No lo sé, pero quiero averiguarlo.
Esa noche, Lupita no podía dormir. Recordaba las historias que su mamá le había contado sobre cómo la corrupción había afectado a su comunidad. Dinero que debía usarse para mejorar las escuelas o el hospital terminaba en los bolsillos de unos cuantos. Ahora, temía que algo similar estuviera pasando en su club.
Al día siguiente, Lupita fue a hablar con Doña Clara, la encargada de la tiendita del parque.
—Doña Clara, ¿usted sabe cuánto dinero se ha juntado hasta ahora?
—No, mija —respondió la mujer, acomodando unas bolsas de papitas—. Solo sé que mucha gente ha venido a pagar, pero nadie me ha dicho nada más.
Lupita decidió tomar cartas en el asunto. Habló con Carlos y Marisol y les explicó su plan.
—Necesitamos saber cuánto dinero se ha recolectado y qué se está haciendo con él.
—¿Y cómo lo haremos? —preguntó Marisol, nerviosa.
—Primero, contaremos cuántas familias han pagado. Luego, preguntaremos al comité cuánto han gastado y en qué. Si algo no cuadra, tendremos que hablar con todos los papás.
Carlos asintió con entusiasmo, pero Marisol todavía tenía dudas.
—¿Y si nos metemos en problemas?
Lupita tomó su mano.
—No podemos quedarnos callados si algo está mal. Prometimos ser un equipo honesto, ¿recuerdas?
Durante las siguientes semanas, los tres amigos hablaron con cada familia del club. Hicieron una lista de los que habían pagado y calcularon que, en total, debía haber más de 20,000 pesos. Sin embargo, cuando preguntaron al comité, Don Ramiro les dijo que solo habían recolectado 12,000.
—¿Cómo es posible? —dijo Lupita, fingiendo inocencia—. Nosotros contamos a todas las familias, y deberían ser más.
Don Ramiro se puso nervioso, pero rápidamente cambió de tema.
—Mira, niña, tú no entiendes de estas cosas. Mejor dedícate a jugar fútbol.
Esa noche, Lupita reunió a sus amigos en su casa.
—Está claro que Don Ramiro no está siendo honesto. Mañana hablaremos con todos los papás después del entrenamiento.
Al día siguiente, al finalizar la práctica, Lupita pidió la palabra frente a todos los jugadores y sus familias.
—Perdón por interrumpir, pero hay algo que debemos hablar. Mi equipo y yo hemos contado cuánto dinero se ha recolectado, y no cuadra con lo que dice el comité.
Hubo un murmullo de sorpresa entre los presentes.
—¿Qué estás insinuando, niña? —preguntó Don Ramiro, con el rostro rojo de ira.
—No estoy insinuando nada —respondió Lupita con firmeza—. Solo quiero transparencia. Si no se ha gastado todo el dinero, queremos saber dónde está.
Los padres comenzaron a exigir explicaciones, y Don Ramiro no tuvo más remedio que admitirlo.
—Bueno, quizá tomé un poco prestado para un asunto personal, pero iba a devolverlo, lo juro.
La indignación fue general.
—¡Ese dinero era para los niños! —gritó uno de los padres.
Al final, el comité decidió reemplazar a Don Ramiro y nombrar a un nuevo grupo de padres para administrar los fondos. También se implementó un sistema para dar recibos y presentar cuentas claras.
Lupita, aunque aliviada, sabía que la honestidad debía ser una regla constante.
—¿Crees que valió la pena? —le preguntó Marisol esa tarde, mientras regresaban a casa.
—Siempre vale la pena defender lo correcto —respondió Lupita—. La corrupción no desaparece si cerramos los ojos.
Desde entonces, el club «El Nogal» se convirtió en un ejemplo de transparencia, y Lupita aprendió que incluso las voces más pequeñas pueden hacer un gran cambio.

