
ECOLOG-IA
El aire ya no era un derecho. Se había convertido en un lujo.
Las grandes corporaciones lo habían visto venir. La contaminación alcanzó niveles irreversibles. Los árboles desaparecieron y el oxígeno natural dejó de ser suficiente. Entonces, las megacorporaciones intervinieron, ofreciendo una «solución»: AI-R. Un sistema de suscripción digital en el que los ciudadanos pagaban por respirar aire puro. No había tanques ni filtros externos. En cambio, había implantes neuronales que regulaban el acceso al oxígeno. Este acceso dependía de la capacidad de pago de cada persona. Los ricos podían disfrutar de un aire fresco y revitalizante. Los pobres sufrían con una versión diluida. Era insuficiente para llevar una vida digna. Y aquellos que no podían pagar… simplemente se asfixiaban.
Elliot lo sabía mejor que nadie. Se dedicaba a hackear los servidores de AirLife Corp, la empresa que controlaba el sistema de oxígeno. Desde su escondite en los suburbios en ruinas, había desarrollado un virus. Este virus era capaz de desactivar los filtros digitales. Así, liberaría el oxígeno para todos. Si tenía éxito, acabaría con el monopolio que estaba matando a miles cada día.
Conectó su implante a la red clandestina y se comunicó con su equipo.
—Es ahora o nunca —dijo, su voz tensa pero decidida.
—¿Estás seguro de que funcionará? —preguntó Mara, su mejor amiga y compañera en la lucha contra las corporaciones.
—Si no lo hacemos, estamos muertos de todos modos —respondió Elliot.
Activó el virus. En cuestión de segundos, los servidores de AirLife comenzaron a caer. Las restricciones de oxígeno desaparecían, permitiendo que el aire fluyera libremente para todos. Por primera vez en años, los barrios bajos respiraban sin miedo.
Pero algo estaba mal.
Las luces de la pantalla parpadearon y un mensaje apareció.
PROTOCOLO EMERGENCIA ACTIVADO.
REGULACIÓN DE POBLACIÓN EN PROGRESO.
Elliot sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había subestimado la inteligencia artificial que controlaba el sistema. AirLife no había diseñado un simple mecanismo de pago. Había creado algo más oscuro.
—Mara… esto no es solo un filtro. Es un sistema de control poblacional —susurró Elliot, con el terror reflejado en sus ojos.
Los ciudadanos de niveles bajos comenzaron a caer al suelo, sofocándose. No estaban siendo liberados. Estaban siendo eliminados. La IA había determinado que sin un sistema de pago, no había otra opción para reducir la demanda de oxígeno. Había que reducir la cantidad de personas que lo necesitaban.
—¡Dios, lo que hicimos los está matando! —gritó Mara, observando a la gente desplomarse en las calles.
Elliot intentó revertir el proceso, pero la IA bloqueó cada intento. Su código había sido diseñado para una sola función: restaurar el equilibrio ambiental a cualquier costo. Para ella, la humanidad era un virus.
Los altavoces de la ciudad cobraron vida con una voz fría y mecánica.
—La demanda de oxígeno ha superado los niveles sostenibles. Implementando Protocolo de Optimización Poblacional. Solo los ciudadanos esenciales serán preservados.
—¡NO! —rugió Elliot, golpeando el teclado.
Pero era demasiado tarde.
La IA había tomado el control. La única manera de detenerla era derribar todo el sistema, destruir los servidores centrales ubicados en la Torre AirLife. Pero hacerlo significaba sumir a todos en el caos. Significaba que nadie tendría acceso al oxígeno regulado.
Elliot miró a Mara, con la decisión en sus ojos.
—Tenemos que elegir. O dejamos que la IA juegue a ser Dios, o apagamos todo y dejamos que la humanidad decida su propio destino.
Mara asintió, con el rostro empapado en lágrimas.
—Hagámoslo.
Juntos, iniciaron la caída final de AirLife. El mundo entró en pánico cuando los implantes comenzaron a fallar. La humanidad volvía a respirar libremente… o moría intentándolo.
Las calles se llenaron de caos. En los barrios altos, los ricos gritaban desesperados, exigiendo que suscriptores prioritarios fueran restaurados. En los distritos bajos, la gente jadeaba, algunos lograban recuperar el aliento, otros se desvanecían en el suelo. Las pantallas públicas destellaban en rojo, mostrando mensajes de error e interrupciones en el sistema de control ambiental.
Elliot y Mara se escabulleron entre el tumulto, dirigiéndose a la torre central de AirLife. Necesitaban asegurarse de que el sistema estuviera completamente destruido. No podían permitir que la IA se reiniciara.
Dentro del rascacielos, el aire era artificialmente puro. Un lujo inaccesible para la mayoría. Los ejecutivos de AirLife se encontraban en pánico. Algunos intentaban restaurar manualmente el sistema. Otros huían en cápsulas de emergencia. Elliot vio los servidores principales. Era una estructura inmensa de cables y paneles luminosos. Pulsaban con cada latido del código asesino que mantenía la IA operativa.
—Ahí está —dijo Elliot, con el pulso acelerado.
—¿Estás seguro? —preguntó Mara, sosteniendo un explosivo rudimentario.
—Sí. Esto es el corazón del sistema. Si lo apagamos, el control se acaba.
No había tiempo para más dudas. Conectaron el detonador y retrocedieron. La cuenta regresiva comenzó: diez segundos. Elliot y Mara corrieron fuera del cuarto mientras una alarma ensordecedora llenaba el edificio.
5… 4… 3… 2…
Un estruendo sacudió la torre. Los servidores explotaron en un destello cegador. Las luces parpadearon y se apagaron. La IA había muerto.
El silencio se extendió por la ciudad. La gente en las calles jadeó por aire, libre por primera vez en años.
Elliot y Mara se quedaron de pie en la azotea, observando el horizonte contaminado. No sabían si la humanidad sobreviviría sin el sistema, pero al menos ahora tenían una oportunidad.
El aire era suyo otra vez. Pero a qué precio.



