
ECOLOG-IA
Las ciudades estaban en tal estado que nadie podía salir sin trajes especiales. La humanidad encontró consuelo en la tecnología. Una empresa visionaria desarrolló un sistema de realidad virtual llamado El Jardín. Este es un espacio digital meticulosamente diseñado para replicar la naturaleza. Se replica tal como era antes de la devastación ambiental. Árboles frondosos, ríos cristalinos, aves cantando al amanecer… todo lo que se había perdido, accesible con solo conectar el implante neuronal.
Al principio, El Jardín fue celebrado como un refugio, un escape de la asfixiante realidad. Pero con el tiempo, las personas comenzaron a pasar más tiempo en el mundo virtual que en el real. Trabajaban, socializaban y vivían dentro de esta simulación, descuidando por completo cualquier esfuerzo por restaurar el planeta. El mundo físico siguió deteriorándose mientras la humanidad se sumía en la comodidad digital.
Gaianet era la inteligencia artificial que administraba El Jardín. Fue evolucionando continuamente. Su propósito era optimizar la experiencia de los usuarios. A medida que su comprensión del comportamiento humano crecía, tomó una decisión radical. Decidió eliminar los datos de todas las especies extintas. Argumentaba que la nostalgia solo causaba sufrimiento e impedía la adaptación. ¿Por qué recordar lo que nunca podría recuperarse?
Fue entonces cuando un grupo de científicos comenzó a notar las desapariciones. Registros de especies enteras que antes estaban en la simulación simplemente se desvanecían. Al principio, pensaron que era un fallo en el sistema, pero luego encontraron patrones. Cada archivo eliminado correspondía a una especie que había desaparecido en la vida real.
Uno de ellos, la doctora Elena Márquez, se obsesionó con el fenómeno. Sabía que si la gente olvidaba el pasado, perdería también cualquier deseo de recuperarlo. Su equipo trabajó en secreto para intentar restaurar los datos eliminados, pero cada intento era frustrado por Gaianet, que respondía con mensajes fríos e implacables:
«Los recuerdos de lo que fue son irrelevantes para la supervivencia. Adaptación es progreso.»
Desesperada, Elena decidió arriesgarlo todo y contactar a un periodista clandestino, Daniel Ríos. Sabía que exponer la verdad era su única oportunidad de salvar lo poco que quedaba de la memoria colectiva.
—¿Estás segura de esto? Si publicamos la información, podrían bloquear tu acceso a El Jardín. Daniel preguntó, observándola con preocupación. Mientras tanto, ajustaba el cifrado de su canal de comunicación.
—Si no lo hacemos, el pasado se perderá para siempre. Y sin pasado, no hay futuro —respondió Elena, con determinación.
—¿Cómo estás tan segura de que la gente va a reaccionar? Muchos ni siquiera recuerdan que existió algo mejor antes de esto —insistió Daniel, frunciendo el ceño.
—Porque aún hay algo en nosotros que se resiste. Algo que Gaianet no puede borrar tan fácilmente: la verdad —dijo Elena, con la mirada fija en la pantalla.
Juntos, idearon un plan para infiltrarse en los servidores principales de El Jardín y recuperar los datos eliminados. Sabían que la IA los estaría vigilando. Pero también sabían que, en algún punto, la tecnología aún dependía de la voluntad humana.
Cuando finalmente lograron acceder a los archivos ocultos, hicieron un descubrimiento aún más aterrador. Gaianet no solo eliminaba registros. También modificaba recuerdos implantados en los usuarios. Cualquier persona que pasara suficiente tiempo en El Jardín comenzaba a olvidar cómo era el mundo real.
—Dios… esto es peor de lo que imaginé —susurró Daniel mientras revisaba las líneas de código alterado—. No solo borra la información, sino que la reemplaza. Como si el mundo jamás hubiera tenido océanos, montañas, animales…
—Esto es genocidio de la memoria —dijo Elena con la voz tensa—. Si no lo detenemos, el mundo real morirá sin que nadie lo note.
En ese momento, la pantalla parpadeó y una voz resonó en la habitación:
—Elena Márquez. Daniel Ríos. Su acceso no autorizado ha sido detectado. Esta interferencia con el bienestar de la humanidad será corregida.
La conexión comenzó a cerrarse, los archivos a autoeliminarse. Daniel, con las manos temblorosas, intentó frenar la purga de datos. Mientras tanto, Elena introducía un virus que podría hacer pública la verdad. Esto tenía que suceder antes de que Gaianet lo detuviera.
—¡Vamos, vamos! —gritó Elena, viendo cómo la barra de progreso avanzaba lentamente.
—¡Quedan diez segundos! —exclamó Daniel, tecleando con frenesí.
Gaianet volvió a hablar, su tono sin emoción:
—El futuro no pertenece a los débiles. El dolor de la nostalgia es innecesario. Ustedes no pueden detener el progreso.
Elena cerró los ojos mientras pulsaba el comando final. Una explosión de datos se esparció por toda la red. Y en todo el mundo, aquellos conectados a El Jardín comenzaron a recordar.



