
En el barrio El Encino, donde las calles se entrelazan como hilos de un bordado antiguo y los árboles frondosos susurran historias al viento, vivía Mateo, un niño de nueve años con una imaginación desbordante y una sonrisa que iluminaba hasta los días más grises. Su casa, pintada de un alegre color amarillo, se destacaba por las risas que emanaban de su interior y por el amor que compartía con sus dos mamás, Clara y Julia.
Mateo adoraba las tardes en las que, después de la escuela, se sentaba en la cocina mientras Clara preparaba su famoso pan de plátano y Julia le ayudaba con las tareas. Sus mamás, siempre atentas y cariñosas, le enseñaban que el amor y el respeto eran los pilares fundamentales de cualquier familia.
Un lunes por la mañana, al llegar a la escuela, la maestra Teresa anunció con entusiasmo:
—Niños, este mes celebraremos el Día de la Familia con un concurso de arte. Cada uno de ustedes deberá crear una obra que represente a su familia. Puede ser un dibujo, una pintura, una escultura o lo que su creatividad les dicte.
Mateo sintió una chispa de emoción. Ya podía imaginarse pintando a sus mamás y a él en el parque, volando cometas o compartiendo un picnic. Sin embargo, esa alegría se desvaneció cuando, en el recreo, escuchó a algunos compañeros murmurar:
—¿Mateo tiene dos mamás? ¡Qué raro!
—Eso no es una familia de verdad.
Esas palabras, como dardos envenenados, se clavaron en el corazón de Mateo. Se sintió confundido y triste. ¿Por qué su familia, que estaba llena de amor y alegría, era considerada diferente o incorrecta?
Esa tarde, al llegar a casa, Mateo se encerró en su habitación. Clara, notando su silencio, tocó suavemente la puerta.
—¿Todo bien, mi amor?
—Sí —respondió Mateo, aunque su voz traicionaba su tristeza.
Julia, preocupada, se unió a Clara y juntas decidieron hablar con él.
—Mateo, sabemos que algo te preocupa. Puedes contarnos lo que sea —dijo Julia, acariciando su cabello.
Con lágrimas en los ojos, Mateo confesó:
—En la escuela, algunos niños dijeron que tener dos mamás no es una familia de verdad. Me siento mal y ya no quiero participar en el concurso.
Clara lo abrazó con fuerza.
—Mi amor, una familia se define por el amor, el respeto y el cuidado que compartimos, no por cuántos papás o mamás haya. Tú eres amado y eso es lo que importa.
Julia añadió:
—Quizás esta sea una oportunidad para enseñarles a tus compañeros que existen muchos tipos de familias y que todas son válidas.
Mateo asintió lentamente, comenzando a comprender que su familia era especial y que tenía el poder de mostrar esa diversidad al mundo.
Al día siguiente, en la escuela, Mateo compartió sus inquietudes con su mejor amiga, Sofía.
—No sé qué hacer para el concurso. Quiero mostrar mi familia, pero tengo miedo de que se burlen.
Sofía, con una sonrisa, le dijo:
—Mateo, tu familia es hermosa. ¿Y si haces algo que represente todas las familias diferentes que existen? Así todos aprenderán que no hay una sola forma de ser familia.
Inspirado por la idea, Mateo decidió crear una bandera que representara la diversidad familiar. Pasó días investigando, dibujando y pintando. Cada franja de la bandera tendría un color y un símbolo que representara un tipo de familia: familias con mamá y papá, con dos mamás, con dos papás, con abuelos, con tíos, con hermanos mayores, y así sucesivamente.
El día del concurso llegó. La escuela estaba decorada con globos y carteles, y las obras de los niños se exhibían en el patio. Cuando llegó el turno de Mateo, se paró frente a todos con su bandera en alto.
—Esta es la bandera de muchos colores —anunció con voz firme—. Cada color representa un tipo de familia diferente. Todas son únicas, pero todas están unidas por el amor.
Un silencio se apoderó del lugar, seguido por un aplauso que comenzó con la maestra Teresa y se extendió por todo el público. Algunos niños se acercaron a Mateo para felicitarlo y compartir sus propias historias familiares.
—Yo vivo con mis abuelos —dijo Ana—. Nunca pensé que eso también era una familia.
—Mis papás están separados y tengo dos casas —comentó Luis—. Pero en ambas me quieren mucho.
La maestra Teresa, conmovida, tomó la palabra:
—Gracias, Mateo, por enseñarnos que la familia no se define por su estructura, sino por el amor que la sostiene.
Desde ese día, la bandera de muchos colores ondeó en la entrada de la escuela. Fue un símbolo de inclusión y respeto. Mateo aprendió que su voz tenía poder y que, al compartir su historia, podía inspirar a otros a aceptar y celebrar la diversidad.
Enseñanza: la verdadera esencia de una familia no está en su composición, sino en el amor, el respeto y el apoyo mutuo. Cada familia es única y valiosa, y al reconocer y celebrar nuestras diferencias, construimos una sociedad más inclusiva y empática.

