Teléfono con pantalla iluminada y sombra oscura detrás, ilustración de cuento de terror psicológico.
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Lavaba un plato bajo el agua tibia cuando el teléfono sonó.
Número oculto.
Contesté.

—Ahora mismo el agua te quema los dedos —dijo una voz—. No lo notas todavía.

El plato resbaló. Lo sujeté a tiempo.
—¿Quién es? —pregunté, nervioso.

—Vas a preguntar eso. Vas a mirar la puerta, luego la ventana. Vas a pensar que el miedo entra por allí.

Obedecí. Miré. No había nada.
—Si cuelgas, mueres —añadió—.

El dedo quedó suspendido sobre la pantalla.
—¿Qué es esto?
—La llamada que no debía llegar. La que responde cuando marcas un número al revés. Soy el error.

El vapor del agua se volvió espeso, casi vivo.
—No entiendo.
—Nadie entiende el presente hasta que se acaba. Ahora da tres pasos hacia la mesa. Uno… dos… tres.

Lo hice. La respiración me retumbaba en la cabeza.
—Muy bien —dijo—. Todo lo que digo ocurre. Mientras me escuchas, estás a salvo. Si cuelgas, mueres.

—¿Qué quieres? —susurré.
—Decirte el final… pero no todavía. Primero observa: la servilleta con la mancha de café parece un perro. La chamarra en el sillón huele a encierro. El bote de basura tiene dos latas iguales, una encima de otra. Cada detalle que ignoras, lo sé.

El teléfono vibró. Llamada en espera. “Jefe”.
—Si cambias de llamada, mueres. Si respondes, mueres. Si cuelgas, mueres.

Dejé que se fuera.
—Acabas de ganar unos minutos —dijo—. Hasta que la batería decida.

Fui a conectar el cargador. La voz describió cada paso: el tropiezo, el click del enchufe, el temblor de mis dedos.
—El miedo tiene pulso —susurró—.

—¿Por qué yo?
—Porque contestaste. Porque obedeces lo imposible.

Un golpe sonó arriba. Otro, más cerca.
—Vas a escuchar uno en la puerta —dijo la voz—. Dirás “¿quién?”. Retrocederás. Te golpearás la cabeza con el mueble. El sonido será breve. Preciso. El final siempre lo es.

Tragué saliva.
—Entonces no cuelgo.
—La batería no pregunta.

🪫6%.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque mientras hablo, existes.

🪫4%.
Llamada en espera. “Mamá”.
Mensaje: ¿Todo bien?
El mundo me jaló de la muñeca.
—No hay héroes aquí —dijo la voz—. Solo quien escucha y quien cuelga.

🪫1%.
El teléfono vibró. La pantalla bajó el brillo.
—No cuelgues —pidió, por primera vez con miedo.

El cable estaba bien conectado. El número no subía.
—Quédate —susurré.
—Estoy mientras me escuches —respondió.

Entonces golpearon la puerta. Uno solo. Redondo.
Me puse de pie.
—¿Quién?

La pantalla se apagó.
El altavoz hizo un clic apenas audible.
La llamada colgó sola.
El silencio era absoluto.

Respiré hondo. Pensé que había sobrevivido.
Pero entonces, mi teléfono vibró de nuevo.
No había llamadas, solo un mensaje:

«Ahora mismo estás dormido. Tu cuerpo está en la cama. No podrás abrir los ojos. Lo que lees es lo que ocurre.»

Intenté gritar. La voz que había salido del teléfono estaba dentro de mi cabeza:
—Todo terminó. O apenas empieza.

Y cuando la batería marcó 0%, sentí cómo un aliento helado recorría mi nuca. No había nadie.
No podía moverme.
Escuché mi propio corazón, pero no era mío.
Era ella, la llamada, recitando mis últimos segundos.
El golpe que temía llegó… pero no hubo puerta, ni mueble, ni sonido externo. Solo un silencio absoluto que se tragó mi existencia.

Alguien dice que cuando la llamada termina, tu cuerpo queda donde siempre estuviste, pero ya no eres tú quien respira.
Solo queda la línea abierta, esperando al próximo error.

Y si ahora mismo tu teléfono vibra, recuerda: contestar puede ser lo último que hagas.

+LENTEJA DE MIEDO
EL OTRO YO
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