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El primer asesinato fue un misterio.

El cadáver de Emiliano V. apareció en su apartamento con un orificio limpio en la nuca, pero sin rastro de sangre. Las pruebas forenses no encontraron balas ni fracturas óseas. Lo único inusual era el color de sus venas: un tono ámbar translúcido que parecía cristalizarse bajo la luz.

El segundo asesinato confirmó los temores.

Marina F., una periodista de investigación, fue hallada en su coche con las arterias vacías. No había signos de violencia, pero el análisis reveló algo imposible: su ADN había sido sobrescrito con líneas de código.

Los cuerpos no eran solo víctimas.

Eran dispositivos de almacenamiento.

Año 2049.

Las megacorporaciones habían agotado todos los métodos convencionales de almacenamiento. La humanidad generaba exabytes de datos por segundo, saturando servidores y devorando recursos. Entonces, los laboratorios privados de AEGIS desarrollaron una solución radical: almacenar información en el ADN humano.

Era perfecto.

Un solo gramo de ADN podía contener 215 petabytes de datos, suficientes para guardar toda la historia de la humanidad en un solo cuerpo.

El proyecto Disco Local: H se lanzó en secreto. Durante más de una década, los gobiernos implantaron información ultra-clasificada en ciudadanos al azar, sin su conocimiento. Sus cuerpos eran archivos vivos que portaban secretos de guerra, identidades encubiertas y los algoritmos de las IAs más avanzadas.

Pero hubo un problema.

Algunos comenzaron a recordar cosas que nunca habían vivido.

Pesadillas con cifras sin sentido. Imágenes de personas que nunca conocieron. Lenguajes imposibles de descifrar que parecían estar grabados en su mente.

El sistema de almacenamiento no solo guardaba datos.

Los infectaba.

David Murillo despertó sobresaltado. Otra noche de sueños imposibles. Números flotando en el vacío, ecuaciones escritas en sangre.

Respiró hondo y encendió su computadora. Su reflejo en la pantalla estaba sudoroso, con los ojos enrojecidos. Llevaba semanas sin dormir bien.

—¿Otra pesadilla? —preguntó Elena, su esposa, desde la cama.

David dudó antes de responder.

—No son sueños. Son… recuerdos. De alguien más.

Elena suspiró, cansada.

—Llevas diciéndome eso todo el mes. Quizá es estrés.

David negó con la cabeza.

—No. Anoche vi coordenadas. Desperté y las escribí. Existen. Están en la Antártida.

Elena frunció el ceño.

—¿Cómo puedes soñar con algo que es real?

David apretó los puños.

—Porque no es un sueño. Es un archivo.

Elena se incorporó, su expresión se endureció.

—David… ¿crees que tú también eres uno de ellos? Uno de los que han muerto en condicione misteriosas en los últimos días. Hay cientos de teorías locas en internet.

David tragó saliva.

—Tengo que descubrirlo.

Las respuestas lo llevaron a Miguel Santana, un ex agente del gobierno que se había dado a la fuga tras exponer las pruebas del Proyecto Mnémesis. Claro estaba que todo quedó en teorías conspirativas y las personas pronto perdieron el interés en esa historia.

Lo encontró en un almacén abandonado, rodeado de servidores antiguos y pantallas parpadeantes.

Miguel lo miró con desconfianza.

—No deberías estar aquí. Si me encontraste, ellos también lo harán.

David se acercó, decidido.

—Dime la verdad. ¿Por qué tengo recuerdos que no son míos?

Miguel suspiró y encendió una pantalla. Apareció un escaneo cerebral.

—Mnémesis almacena información en el ADN. Pero el cerebro humano no es solo química. Es electricidad, redes neuronales, patrones de información. Lo que llevas dentro no son solo datos. Es memoria.

David sintió un escalofrío.

—Entonces… ¿quién soy realmente?

Miguel apagó la pantalla.

—Tú eres quien debía olvidar.

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Antes de que David pudiera responder, la pared explotó.

Una figura con un traje negro y sin rostro emergió de la nube de polvo. Un Agente Limpiador.

Miguel gritó:

—¡Corre!

Pero David no pudo moverse.

El Agente Limpiador levantó un dispositivo cilíndrico. Un chasquido. Un zumbido.

Y entonces… Dolor.

David cayó de rodillas. Su cuerpo se estaba reescribiendo.

Sus venas brillaron en tonos dorados. Los números regresaron.

Pero esta vez no flotaban en su mente.

Los veía en su propia piel.

Era un mensaje.

No un código. No un archivo.

Era su sentencia de muerte.

Miguel intentó disparar, pero el Agente Limpiador solo extendió una mano y su cuerpo colapsó en partículas de luz y datos corruptos.

David gritó, pero su propia voz se volvió estática.

Su piel comenzó a desvanecerse en líneas de código, como si nunca hubiera existido.

Antes de desaparecer, comprendió la verdad.

Él no era un hombre.

No era David Murillo.

Era un disco duro.

Un contenedor biológico que había servido su propósito.

El Agente Limpiador susurró en su oído antes de que todo se volviera negro:

—Backup completado. Eliminando datos.

Y entonces… Nada.

Una semana después, Elena recibió un mensaje en su computadora.

Era un video borroso.

David, mirándola fijamente, con lágrimas en los ojos.

“No olvides. No olvides quién soy.”

Pero cuando intentó reproducirlo de nuevo, el archivo se corrompió.

Desapareció.

Y con él, toda evidencia de que David Murillo alguna vez existió. Ahora solo vivía en el recuerdo de su esposa.

Por ahora…

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3 respuestas a “Disco local: H”

  1. Avatar de reallyexpertaa8c5020d6
    reallyexpertaa8c5020d6

    ¡Me encanto!

    Ojalá pudieran hacer una serie con tus historias

    Me gusta

  2. Avatar de conchita
    conchita

    a i tambien me gustó, pero el solo imaginar que pudiera suceder es escalofriante

    Le gusta a 1 persona

    1. Avatar de BlogLenteja

      Así es, el hecho de que pudiera ser real pero no te darías cuenta hasta muy tarde da muchos escalofríos

      Me gusta

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