Había una vez un niño llamado Lester. Desde muy pequeño, Lester se dio cuenta de que era diferente a los demás niños de su edad. Mientras que a ellos les gustaba jugar al fútbol o a la pelota, a Lester le gustaba pasar horas leyendo libros y aprendiendo cosas nuevas. Mientras que a los demás niños les gustaba vestirse con ropa de moda y de colores brillantes, Lester prefería usar ropa cómoda y de colores neutros.
Lester intentaba hacer amigos, pero siempre se sentía diferente y un poco fuera de lugar. Los niños de su escuela no entendían por qué no quería jugar a los mismos juegos que ellos, y lo trataban mal por eso. Lester se sentía solo y triste, y muchas veces se preguntaba por qué no podía ser como los demás.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Lester se encontró con un grupo de pájaros que estaban construyendo un nido. Los pájaros trabajaban juntos, cada uno aportando algo diferente para crear el hogar perfecto para sus crías. Lester se dio cuenta de que los pájaros no eran todos iguales, pero cada uno era importante y valioso por lo que podía hacer.
A partir de ese momento, Lester empezó a ver su propia diferencia de una manera diferente. Comprendió que ser diferente no era algo malo, sino algo especial que lo hacía único y valioso. Lester aprendió a aceptarse a sí mismo y a valorar las cosas que lo hacían diferente. Poco a poco, comenzó a encontrar amigos que también apreciaban su singularidad y lo aceptaban tal y como era.
La historia de Lester nos enseña que todos somos diferentes de alguna manera y eso está bien. Cada uno tiene algo especial que lo hace valioso y único, y debemos aprender a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás por lo que somos. La diversidad es una riqueza que debemos celebrar y valorar.
Deja una respuesta